El vivir en los límites más extremados –la conciencia clara de ser escritor–, fue llevado hasta sus últimas consecuencias por algunos de los más sobresalientes escritores rusos de las cinco primeras décadas del siglo XX. La mordaza del silencio social, la persecución, la cárcel o la muerte, fueron medios dirigidos a acallar sus obras. Éstas sólo pretendían expresarse con libertad –aunque fuera una libertad vigilada– y, en un segundo momento, subsistir, incluso a la hora de mantener una relación imposible con los seres queridos y evitar inútilmente la enfermedad o la locura. De Ovidio hasta esas décadas del siglo XX, los escritores han afrontado o rehuido con más o menos fortuna las condenas del Poder ciego, pero el ejemplo de algunos escritores rusos –ya desde los primeros años de la Revolución, pero de manera mucho más radical durante los años del stalinismo– es insoslayable.
De ello hubo señales fiables sólo al final de esa larga etapa. La más llamativa afloraría en 1959, cuando estalla el escándalo tras la concesión del Nobel a Boris Pasternak; un escritor, ya entonces, en la órbita de la sospecha que desencadenaría tras el Nobel el acoso y vacío del régimen soviético. Los causa y efecto inmediatos habían sido la edición en Italia –sin la autorización de la Unión de Escritores– de su gran novela, El Doctor Zivago y la renuncia al Nobel. Pasternak tuvo el temor –real o inducido– de que su viaje a Estocolmo iba a ir acompañado del exilio; algo a lo que no estaba dispuesto. Al clamoroso “caso Pasternak” sucedieron otros que pondrían de relieve la situación de algunos de los más renombrados escritores de la Unión Soviética. Luego, la publicación de Archipiélago Gulag, de Shozhenitsin y algunos fundamentados estudios historiográficos pusieron en evidencia completa la abyección de un tiempo que fue terrible para algunos escritores rusos.
Nos faltaban los detalles de ese tiempo, los minuciosos informes policiales y procesales, el conocimiento del masivo material de archivo que dormía su negro sueño en la Lubianka moscovita. En 1989, un periodista ruso, Vitali Shentalinski, emprendió la tarea de presionar a las autoridades a fin de crear una comisión que sacase a la luz aquel tiempo de represalias. Acabó teniendo acceso a esa documentación –a veces los materiales informativos sobre un solo autor constaban de numerosos tomos– que afectaba a escritores de la talla de Gorki, Bábel, Platónov, Pasternak, Bulgákov, Pilniak, Shólojov, Tsvietáieva o Ajmátova.
El resultado de su análisis fueron tres volúmenes, de los cuales ya se han editado dos. El primero de ellos fue Esclavos de la libertad. Los archivos literarios del KGB y el segundo –en el que hoy nos detendremos– Denuncia contra Sócrates. El tercero, que ya se anuncia, se titula Crimen sin castigo. Abordar materiales tan abrumadores llevaba consigo utilizar un método de desarrollo que no fuese árido para el lector. El autor lo consigue con un estilo muy sencillo y claro, que aplica al análisis meticuloso de cada autor. En el relato se insertan las citas que van entramando dichos comentarios. El trabajo era enorme, pero Shentalinski lo abordó con una amenidad que –más allá del testimonio puramente documental– permite acercarnos a sus libros con el placer del que devora un relato de ficción. Se convierte así la lectura en un placer, más allá del carácter –escalofriante en algunos momentos–, del contenido. Estamos, sin más, ante la humanidad, sintiente y doliente, que tiembla descarnada ante el Poder. Destaca además el libro por su valor historiográfico, que nos lleva a preguntas o afirmaciones del tipo de: “¿Por qué todo aquello pudo llegar a suceder?”. O: “Testimonios como éstos deben servir a los seres humanos para que situaciones así no se repitan jamás”.
Hay un guiño de humor tragicómico ya desde el título del libro. ¿Quién era ese Sócrates que fue motivo de investigación? El asunto surge a raíz de una denuncia, que llega a la Checa, sobre una reunión de los fervorosos seguidores de Tolstói. El espía que había acudido a la misma denuncia en su informe que “en el curso de la reunión se habló de un tal Sócrates” -¿quizá un peligroso confabulador?- que es identificado como “desconocido”. El nombre del filósofo griego, extraído de una conversación de los espirituales tolstovtsi, muestra a qué punto de paranoia y persecución habían llegado los espías y delatores de aquellos días.
La historia más jocosa, por extremada, es sin embargo la del capítulo “Un asunto de doble fondo”, en el que el autor saca a la luz el dossier de un asalto que sufre ¡el propio Lenin! en la Navidad de 1919 (“Expediente de asalto a mano armada de unos bandidos contra V. I. Lenin”.) Salía Lenin en su Rolls-Royce negro del Kremlin cuando fue asaltado por un grupo de bandidos que le roban todo cuanto llevaba encima. El caso da lugar a una investigación en la que lo verdadero y lo falso, la obsesión por la intriga y el simple robo de unos desesperados, se van enredando aviesamente. Son detenidas doscientas personas y se produce una confusión que Shentalinski define así: “los chequistas se hacen pasar por bandidos y los bandidos por chequistas.(…)Los ciudadanos aterrorizados apenas aciertan a distinguir quién es quién”.
Esta es la primera de las historias (nada jocosas, como se verá luego) que se extrae de la documentación de los archivos policiales. Viene luego la que alude a la persecución de la familia y de los seguidores de Tolstói, con el relato de la degradación de Yásnaya Poliana, su casa-museo. Avanza el libro y la realidad, de tan viva, deviene una alucinación. Así, la historia de la poeta Marina Tsvietáieva: sus aterrorizadas idas y venidas en busca de ropa de abrigo o de leña para abordar el invierno de 1939, cuando su hermana fue deportada a un campo de concentración y su marido y su hija Ariadna son detenidos, torturados y, el primero de ellos, condenado a muerte. La raíz de esta persecución se halla en una selva de infundadas sospechas, provocadas por la estancia de la familia en el extranjero. El suicidio de Marina en 1941 sería el fatal desenlace. Sabíamos ya de la titánica lucha de esta mujer frente al Poder sobrehumano y ciego en obras como Un espíritu prisionero, pero sobre todo por el relato de su desesperada situación en sus Diarios de los años de la Revolución.
Señalados los casos extremados, sólo nos queda recordar los capítulos alusivos al revolucionario de primera hora Boris Savinkov, al derrumbamiento físico y moral del autor teatral Mijaíl Bulgákov (que llegó a la osadía de escribir al mismísimo Stalin para recomendarle que leyera sus obras); también la rica documentación sobre Platónov, Shólojov o Pasternak. (Según Shentalinski, un tercio de los 600 participantes en el I Congreso de Escritores sería purgado). Las palabras de Pasternak muestran con radical nitidez la soledad y el dolor de aquellos seres que, sin más, pretendieron ser espíritu: “Y es que los verdaderos lugares son el alma y la conciencia.(…) No hay límites para los derechos creadores de una gran persona espiritualizada en verdad por el valor, es decir, por su disposición hacia las víctimas. La historia del alma en el mundo es única y universal. Nada está perdido”. Con mayor realismo, Ariadna, la hija de Tsvietáieva –al regreso de su cautiverio en Siberia, en una valiente carta que dirige al Poder– revela la situación de los escritores: “Todo fue cruel, injusto, falso, inútil. Todo comenzó con una calumnia y acabó con la pena de muerte”. Antonio COLINAS
Opine sobre este artículo El caso Bulgákov En 1922, se abre el expediente secreto de la OGPU sobre Mijaíl Bulgákov, cuando es un joven que pretende escribir un “diccionario bibliográfico de los escritores rusos contemporáneos”.¿Quién es ese hombre que no había pedido autorización para un trabajo de tal envergadura? Su error consistía en considerar a los escritores como un todo al margen de sus opiniones políticas. Desde sus primeros escritos, la OGPU utilizó el látigo de la censura. Sin razón aparente, encontraban en sus obras alusiones desagradables al régimen comunista. ¿Por qué no escribe sobre campesinos? No le gusta el campo. ¿Sobre los obreros? “Por la razón siguiente: a mí me interesa sobre todo la vida de la intelligentsia rusa, la amo y la considero, a pesar de su debilidad, una capa muy importante del país”. Una avalancha de acusaciones cae sobre él. Contrasta el éxito abrumador de sus obras y la condena en la prensa. Intenta huir al extranjero. Con sus escritos vetados, sin trabajo, acude a Stalin, que le ofrece una plaza en el Teatro Artístico en calidad de dramaturgo-director. El trabajo asalariado le convierte en un escritor proscrito. El vacío crece a su alrededor. En cuanto a sus amigos, todos fueron desapareciendo. | DESDE EL CULTURAL.ES, UN ESTUPENDO ARTÍCULO QUE PUEDES LEER ESTE FIN DE SEMANA. UN ABRAZO RODRIGO GONZALEZ FERNADEZ CONSULTAJURIDICACHILE.BLOGSPOT.COM RENATO SANCHEZ3586 DEP 10 TELEF. 2451168 SANTIAGO,CHILE |
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