“Fuego amigo” en la ciencia mexicana; un lobby espectacular |
Por: Julio Sotelo | Miercoles 25 de Octubre de 2006 | Hora de publicación: 01:16 |
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Si los investigadores insistimos en el slogan de moda lo que puede suceder es que los políticos nos hagan caso y hagan política científica creando un adefesio absurdo y catastrófico. De esto hay tantos ejemplos en tantas iniciativas gubernamentales que pienso innecesario traerlos al papel. El gobierno debe apoyar con el mayor entusiasmo y recursos la investigación y sus instituciones, ambos son insuficientes (con mucho) en el momento actual. Sin embargo, en este ambiente de crítica automática, que ya se ha hecho rutinario, creo que no hemos apreciado, por ejemplo, la enorme contribución del Sistema Nacional de Investigadores, creación mexicana, auténtica política científica, diseñada y conducida exclusivamente por los científicos, sin intervención de los políticos y religiosamente sostenida por el Estado mexicano. Ésa sí es política científica, hecha, como debe ser, por los científicos sin intervención de los políticos.
El apoyo económico a proyectos es otro éxito, aunque a todas luces es insuficiente y su perspectiva de crecimiento también es desalentadora; está definido y es asignado por los propios científicos a través de evaluación por pares y por comités constituidos únicamente por investigadores. Nuevamente ésa es política científica hecha por los científicos. Lo mismo puede decirse sobre las asignaciones de becas, que también deberían de ser muchas más, sobre todo para estancias postdoctorales de estudiantes distinguidos que son aceptados en los mejores laboratorios del mundo.
En resumen, en mi mente reduccionista (como buen aficionado a la investigación) el problema se reduce a que debe haber mucho pero mucho más apoyo económico y logístico del Estado mexicano a la ciencia y continuar estimulando a que los científicos sean, sólo ellos, quienes definan la política científica; y después de que la definan, generosamente, como en otras latitudes, que sean los políticos quienes implanten estas políticas con honestidad y transparencia. Por cierto, yo sugeriría la creación de más grupos colegiados con participación multiinstitucional, que auténticamente sean representantes del sentir académico y que disminuyan los protagonismos personales, que son buenos en política pero no tanto en ciencia.
Otra sugerencia, ya que estoy en ello, es que nuestra comunidad de científicos desarrolle y cultive el mejor método que existe para obtener el apoyo de la sociedad y de sus instituciones. Es la práctica llamada en inglés “lobbying” (en español cabildeo), para procurar el incremento financiero a la investigación científica, convenciendo a la sociedad y a los representantes de las fuerzas económicas en el país (y también a los políticos, aunque nos exasperen) del enorme e inigualable valor que tienen la ciencia y la tecnología en el progreso entero de la sociedad, bien común que nos une (por lo menos en teoría) a unos y a otros. Creo que en nuestro país, por su escasa tradición científica, la gente sencilla no tiene una idea clara y primordial de para qué sirven la ciencia y los científicos; a esta gente, razón de ser nuestra y de los políticos, hay que convencerla con imaginación y argumentos, no con gritos, de que nuestro oficio es en verdad valioso y trascendente.
Los últimos años han mostrado que las descalificaciones, las críticas a ultranza, las agresiones públicas y los redentores espontáneos no son el método más adecuado para promover la ciencia y sus valores; a ningún investigador de las sociedades con tradición científica se le ocurriría usarlos como método cotidiano. No digo que no sean eficaces en momentos cruciales, pero muy ocasionales, para negociar recursos para la ciencia y consolidar el futuro del gremio científico (ejemplos recientes y puntuales son las manifestaciones hechas por científicos en Francia y en España para revertir decisiones gubernamentales equívocas). Yo sugeriría la explotación máxima del cabildeo y relegar el lenguaje ofensivo y derogatorio para crear en México un entorno digno y favorable, tan necesario para estimular la creatividad científica. Dejar a un lado la agresión y el abuso del trillado argumento de que los políticos no saben de ciencia. Estoy de acuerdo en que la mayoría no sabe de ciencia, pero tampoco creo que deban saber mucho; en casi todos los países efectivamente los políticos no saben de ciencia. Será cosa de traer a la mente la imagen de los gobernantes de países desarrollados a ver cuántos de ellos son doctos en asuntos científicos; pero en estos países los políticos apoyan la ciencia entusiastamente, seguramente no por convicción personal, mucho menos por exigencia de los científicos, sino indudablemente por las presiones de la sociedad, que tiene en muy alta estima la investigación científica y aprecia su valor intrínseco, circunstancia que aún no ocurre en México.
Es cierto que los políticos no entienden de ciencia, pero también es cierto que con frecuencia ni los científicos entendemos a nuestros colegas. Es mi opinión que el discurso estridente sólo se debe usar como recurso lejano para situaciones extremas. La inversión de estos enfoques no nos ha dado resultado, como fácilmente podemos apreciar en el casi nulo aumento de presupuestos gubernamentales destinados a la ciencia. Cuando en investigación una hipótesis de trabajo no da resultados, hay que usar otra; seguir empecinados en la misma sería poco ortodoxo. La hipótesis de los gritos, agravios, quejas interminables, actitudes dogmáticas y soberbias aunados a la idea (que hemos derivado a axioma) de que no hay que convencer a la sociedad y sus instituciones del valor de nuestro trabajo es una conducta que simplemente no ha funcionado. Los políticos nos han ignorado y han dedicado sus esfuerzos a otros horizontes desdeñando la experiencia mundial que ha demostrado sin duda alguna que el progreso y el bienestar social van unidos intensamente al aprovechamiento que la sociedad haga del talento y la creatividad de sus grupos científicos y académicos.
Se me ocurre que diseñásemos mejores estrategias para convencer a la sociedad (y sus representantes) de la importancia radical y pragmática que tiene el avance de la actividad científica en el progreso de toda la sociedad en su conjunto; quizá para el próximo gobierno pudiéramos ya tener bien organizada esta capacidad de cabildeo, que tan buenos resultados da regularmente en países desarrollados y tan escasamente hemos usado en el nuestro.
*Miembro del Consejo Consultivo de Ciencias (CCC)
* Director General del Instituto Nacional de
Neurología y Neurocirugía
consejo_consultivo_de_ciencias@ccc.gob.mx
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