Chile y el eventual cambio climático
El informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por su sigla inglesa) atribuye una probabilidad de 90 por ciento a que el aumento de la temperatura media de la Tierra tenga un origen antropogénico, por la emisión de gases que provocan el efecto invernadero, entre otros. En consecuencia, la mirada nacional se ha vuelto hacia los efectos que ello tendría en nuestro país. Así, la Conama ha dado a conocer un estudio cuyo modelo pronostica que la temperatura media del país subirá hasta en cuatro grados centígrados y disminuirán las lluvias en las zonas agrícolas. Eso provoca natural alarma en la población, por sus posibles efectos sobre la agricultura, la pesca, el empleo y el crecimiento económico.
Sin embargo, la evidencia dura recogida en las estaciones meteorológicas a lo largo del país indica que en los últimos 35 años la temperatura ha subido en promedio en 0,05 grados centígrados por década, lo que es una fracción de lo que ha ocurrido con las grandes masas continentales del hemisferio norte. El aumento de temperatura media mundial recogido por el informe IPCC no implica que éste sea parejo en todas partes del mundo. No es fácil compatibilizar las predicciones de la Conama con los datos mencionados. Esta clase de contradicciones desconcierta a la población, y es frecuente en la discusión sobre el cambio climático. Ocurre así porque éste ha dejado de ser únicamente un tema de interés científico, y se ha incorporado a la agenda política de diversos grupos que tienen una postura ideológica frente al mismo. Dada la creciente importancia que la población mundial le atribuye a este tema -y sus consecuencias en términos de votos-, sus posturas tienen, efectivamente, posibilidad de influir en las decisiones que al respecto se tomen.
Ese hecho ha de ser tomado en cuenta por la autoridad, y su esfuerzo debería orientarse a recopilar y evaluar la información más científicamente sólida, objetiva e ideológicamente neutra que se halle disponible, y sobre esa base preparar las mejores herramientas técnicas para mitigar el cambio climático, si se concluyere que lo habrá.
Y es de recordar que todas esas medidas tendrán costos importantes. En Chile, los grupos ambientalistas han enarbolado la bandera del calentamiento global para propiciar prohibiciones en la cadena productiva forestal, por ejemplo, pero, simultáneamente, se oponen -y obtuvieron una promesa de la candidata Bachelet en ese sentido- a que Chile desarrolle la energía nuclear, pese a que ella es, precisamente, la forma de producción de energía eléctrica que no genera gases invernadero. Este ejemplo ilustra las dificultades que este tema introduce en las políticas públicas.
La forma de mitigar la emisión de gases que provocan el efecto invernadero es establecer mecanismos para transar bonos en el mercado, de modo que quienes realicen esfuerzos tecnológicos y de inversión para disminuir aquélla más allá de la norma establecida puedan vendérselos a otros productores, imposibilitados de hacerlo por razones financieras o tecnológicas. Eso baja la emisión total de gases de manera eficiente. Sin embargo, la legislación al respecto sigue sin avanzar -por cerca de 10 años- en el Congreso, por la oposición, paradójicamente, de quienes se autodesignan defensores del medio ambiente, que prefieren prohibiciones de carácter general a las emisiones de todos los productores.
Más que crear alarma en la población, la autoridad debe emular las mejores prácticas que se vayan estableciendo en el mundo. El calentamiento global debe ser abordado sin el prisma ideológico de quienes lo desechan ni de quienes quieren paralizar el aparato productivo.
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