SUSTANCIAS ILÍCITAS EN EL DEPORTE.
¿Es malo el dopaje?
Reuters |
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Hoy en día existe una temporada regular para hablar acerca del uso de sustancias ilícitas en las actividades deportivas: la que llega todos los años con el Tour de France. Este año el líder general, otros dos competidores y dos equipos fueron expulsados o retirados de la carrera por dar positivo en pruebas de dopaje, o por no asistir a ellas. Se dice que el ganador final, Alberto Contador, dio positivo el año pasado. Tantos ciclistas han dado positivo a las pruebas de dopaje o han admitido, desde la seguridad de su retiro, que usaron sustancias, que uno puede preguntarse legítimamente si en este certamen es posible ser competitivo de otra manera.
En Estados Unidos el debate ha estado impulsado por la marcha del jugador de béisbol Barry Bonds hacia batir la marca de todos los tiempos de cuadrangulares (o home runs) en una carrera. La creencia generalizada es que Bonds se ha ayudado con sustancias ilícitas y hormonas sintéticas. Con frecuencia los fanáticos lo abuchean y se burlan de él, y muchos piensan que Bud Selig, el comisionado para el béisbol, no debería asistir a juegos en que Bonds pueda alcanzar o superar la marca.
A nivel de élites, la diferencia entre ser un campeón y uno del montón es tan minúscula y sin embargo importa tanto que los atletas se ven presionados a hacer todo lo posible para lograr hasta la más ligera ventaja por sobre sus compañeros. Es razonable sospechar que las medallas de oro ahora terminan en manos no de aquellos que no utilizan sustancias, sino de quienes tienen mayor éxito en refinar su uso para obtener la máxima potenciación sin ser detectados.
Mientras certámenes como el Tour de France adquieren un cariz de farsa, el profesor de bioética Julian Savulescu, que dirige el Centro Uehiro de Ética Práctica de la Universidad de Oxford y ostenta títulos tanto en el campo de la medicina como de la bioética, ha puesto sobre la mesa una solución radical: deberíamos abandonar la prohibición de usar sustancias que mejoren el rendimiento y permitir a los atletas tomar lo que deseen, siempre y cuando no atente contra su salud.
Savulescu propone que, en lugar de intentar detectar si un atleta se ha dopado, deberíamos concentrarnos en lograr indicadores medibles de si está poniendo o no su salud en riesgo. Así, si un atleta tiene un nivel peligrosamente alto de glóbulos rojos por haber tomado eritropoyetina (EPO), no se le debería permitir competir. El problema es el nivel de glóbulos rojos, no los medios utilizados para elevarlo.
A quienes plantean que esto daría una ventaja injusta a los usuarios de sustancias, Savulescu responde que hoy, sin ellas, quienes tienen los mejores genes disfrutan de una ventaja injusta. No hay duda de que también deben entrenar, pero si sus genes producen más EPO que los nuestros, van a ganarnos en el Tour de France, sin importar cuánto nos esforcemos. A menos, claro está, que tomemos EPO para compensar nuestra deficiencia genética. Fijar un nivel máximo de glóbulos rojos en realidad nivela el terreno de juego, al reducir la importancia de la lotería genética. El esfuerzo se vuelve más importante que tener los genes correctos.
Algunos argumentan que utilizar sustancias "es contrario al espíritu deportivo", pero es difícil defender la línea actual entre lo que los atletas pueden y no pueden hacer para mejorar su rendimiento.
En el Tour de France los ciclistas incluso pueden usar nutrición e hidratación intravenosas para reponer su organismo. Se permite entrenar en altura, aunque esto puede dar a los atletas que pueden hacerlo una ventaja por sobre los competidores que deben entrenar a nivel del mar. El Código Mundial Antidopaje ya no prohíbe la cafeína. En todo caso, señala Savulescu, la optimización del rendimiento es el espíritu mismo del deporte. Deberíamos permitir a los atletas que busquen lograrlo mediante todos los medios seguros. Más aún, yo argumentaría que el deporte no tiene un solo "espíritu". Las personas hacen deportes para socializar, para mantenerse en forma, para ganar dinero, para hacerse famosa, para evitar el aburrimiento, para encontrar el amor o por pura diversión. Pueden esforzarse por mejorar su rendimiento, pero a menudo lo hacen por su valor en sí, por el sentido de logro que conlleva.
Se debería estimular la participación popular en los deportes. El ejercicio físico no sólo hace que la gente esté más sana, sino también que se sienta más feliz.
Utilizar sustancias por lo general resulta contraproducente. En mi caso, practico la natación y mido el tiempo que demoro en nadar una distancia específica para fijarme un objetivo y esforzarme más las próximas veces. Me siento complacido cuando nado rápido, pero no tendría ninguna sensación de logro por mejorar mis marcas si esa mejora tuviera su origen en una botella. Sin embargo, el deporte de élite, observado por millones pero en el que participan sólo unos pocos, es algo diferente. Por lograr fama y gloria hoy, los atletas se verán tentados a arriesgar su salud en el largo plazo. Así, si bien la audaz sugerencia de Savulescu puede reducir el uso de sustancias, no le pondrá fin.
El problema no tiene que ver sólo con los atletas, sino con nosotros. Los aplaudimos. Los aclamamos cuando ganan. Y no importa lo descarado que pueda ser el uso de sustancias, no dejamos de ver el Tour de France. Tal vez deberíamos apagar el televisor y subirnos a nuestras propias bicicletas.
Project Syndicate. El autor es profesor de bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de MelbourneRodrigo González Fernández
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