La farándula al poder
En Estados Unidos el cine ha sido un campo de batalla política desde el principio. La caza de brujas del mccarthysmo respondía a la convicción de que la guerra fría también se ganaba o se perdía en las películas. Hay quien asegura que Stalin dio la orden de eliminar físicamente a John Wayne, y que sólo la muerte del propio Stalin frustró un atentado formal.
Wayne es un ejemplo de actor políticamente comprometido a la antigua: fue cofundador en 1943, y presidente en 1947, de la Alianza por la Preservación de los Ideales Americanos en el Cine. Apoyó la guerra de Vietnam y pidió el voto para Richard Nixon. En cambio, rechazó ser candidato republicano, con el argumento de que el público no tomaría en serio a un actor para la Casa Blanca. Esto no le impidió más adelante hacer campaña por Reagan.
En los años setenta se produce el gran estallido de los actores de izquierdas: Jane Fonda hace la guerra contra la guerra, Debra Winger presta su voz a las luchas por los derechos civiles pendientes en los Estados del sur, etcétera. Herederos de aquella ebullición serían los «progres» de Hollywood que hoy se proclaman fans del candidato demócrata Barack Obama. Pero, curiosamente, a la izquierda que actúa ante la cámara le cuesta mucho más dar el salto directo a la política.
Terreno de conservadores
Pasar de tomar partido a tomar parte parece ser algo más propio de conservadores. A veces llegan a ello por casualidad: Clint Eastwood se alzó en 1986 con la alcaldía de su pueblo en California, Carmel, porque estaba «harto» de la burocracia local.
Eastwood es republicano formal desde 1951 pero, más que conservador, se proclama liberal. O casi: en un acto público, bromeó con la idea de cargarse a Michael Moore si intentaba hacerle una entrevista como la que le hizo a su amigo Charlton Heston en «Bowling for Columbine».
Heston es para muchos, hoy, el cerril presidente de la Asociación Americana del Rifle y una de las caras más reaccionarias de América, pues fue demócrata en su juventud, colaboró con Martin Luther King, fue activista contra Vietnam y se opuso abiertamente al mccarthysmo. La edad y la tibieza demócrata hacia la libertad de portar armas le hicieron cambiar de bando.
La ambición de Reagan
Pero hacía falta que llegara Ronald Reagan para que las ambiciones políticas de un actor llegaran a su punto más alto. A Reagan le abandonó su primera esposa, la también actriz Jane Wyman, porque estaba harta de sus politiqueos. Pero cuando se cierra una puerta, se abre una ventana: una jovencísima Nancy Davis fue a pedirle ayuda porque su nombre aparecía (por error) en una lista de acusados de actividades antiamericanas. El error se aclaró y surgió el flechazo.
Reagan fue presidente de 1981 a 1989. A su sombra fue posible el nacimiento de otra estrella: Arnold Schwarzenegger, el Terminator que vino de Austria para gobernar California, y que además se casó con una sobrina de Kennedy aunque él fuera republicano de toda la vida.
Schwarzenegger cuenta así su propio despertar a la política cuando, corriendo el año 1968, cumplió su sueño infantil de emigrar a los Estados Unidos: «Qué gran día aquél, cuando llegué a América con los bolsillos vacíos, pero lleno de sueños y de determinación. La campaña presidencial estaba en su apogeo y vi el debate por televisión entre Nixon y Humphrey. Oí a Humphrey hablando de cosas que sonaban al socialismo que yo acababa de dejar atrás. Luego Nixon habló de quitarte al gobierno de encima, bajar los impuestos y reforzar el ejército. Me sonó como un soplo de aire fresco. ¿De qué partido es este hombre?, pregunté. Y cuando me dijeron: «es republicano», yo dije, pues eso voy a ser yo también».
Thompson, heredero de Nixon
La biografía de Fred Thompson también es deudora de Nixon. Thompson formaba parte del comité que investigaba el caso Watergate, y, a pesar de ser republicano, formuló una de las preguntas clave. La pregunta era: «¿Qué sabía el presidente, y cuánto?»
Lo cierto es que Thompson ha evolucionado en sentido inverso a como lo hicieron Reagan o Schwarzenegger. En 1977 desenmarañó un feo caso de corrupción en Tennessee. Cuando el director Roger Donaldson compró los derechos de la película, empezó entrevistando a Thompson para documentarse, y acabó ofreciéndole interpretarse a sí mismo. Thompson aceptó. Fue el principio de una fructífera carrera. Su cara ha devenido una referencia para dar credibilidad a personajes políticos.
¿Es eso lo que se busca, alguien que tenga cara de presidente? Los analistas temen que la inflación de actores en política responda a que el electorado prefiere la forma antes que la sustancia. El poder hecho mero espectáculo. It´s entertainment?
Saludos
Rodrigo González Fernández
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