Que cómo escribe "Otramotro" un artículo de opinión?
29.09.06 @ 17:36:15. Archivado en Creación literaria
A Eusebio Sáez Ovejas, mi señor padre, una de las mejores personas que me he echado a los ojos en mi ¿más que mediada? existencia, por dos razones de peso; porque hoy, 29 de septiembre, festividad de San Miguel (entre otros), se cumple el tercer aniversario de su óbito y porque esta madrugada he soñado que he compartido con él cuatro inmarcesibles horas, cuatro, de juiciosa conversación, que se me han pasado volando (y es que tempus bonus currit ut volet, esto es, la ocasión feliz corre tanto que parece que vuela).
“Recompensa mal a su maestro quien quiere seguir siendo siempre su discípulo”.
Friedrich Nietzsche
Para empezar a escribir una columna es condición sine qua non haber leído muchas, o sea, llevar la tira (de años) leyendo y releyendo al grueso (que es, poco más o menos, una gruesa, esto es, doce docenas, quiero decir, 144 unidades) de los articulistas. Ayuda bastante haber escogido pronto a los buenos y aun excelentes; y no te digo nada o cuánto más o lo que llevas ganado o por delante si, expurgando y expurgando, has conseguido hacerte con los doce mejores (con una sola docena de maestros a secas, que algún día pasarán a ser tus discípulos), pues habrás gozado de la oportunidad señera de poder tomarlos como modelos incontrovertibles o arquetipos a seguir cuando decidas, se te ocurra o tengas a bien ponerte a trenzar tus propias urdiduras o “urdiblandas”.
Para empezar a escribir una columna, amén de haberse documentado sobre el asunto en cuestión para conocer el percal, es condición inexcusable de todo autor, sin excepción, tener una idea con ganas y vocación de ser madre a todas las horas del día, es decir, de estar embarazada en potencia y en acto, o sea, a punto de dar a luz en cualesquiera momentos o sitios y que vaya pariendo, paulatinamente, parágrafos y razonamientos. Al menda lerenda, “Otramotro”, le ha servido de mucho ese latinajo que dice adde parvum parvo, magnus acervus erit (añade un poco a otro poco y el montón se hará –será- grande). La razón que subyace en el dichoso dicho susodicho equivale a la que encierra ese refrán castellano que predica que “muchos pocos hacen un mucho”.
Para empezar a escribir una columna es condición imprescindible saber que, una vez embarcados, (e)levada el ancla e iniciada la singladura, el periplo, debemos orientar, “occidentar”, “ennortar”, “ensurar” y hasta gobernar la nave hacia su punto de arribada, pues, como nos recuerda Lucio Anneo Séneca, “no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”.
Para empezar a escribir una columna es condición necesaria haber hecho acopio de lecturas sin cuento y de citas sin fin (o casi) sobre auténticas autoridades (en la materia que sea), autores inmarchitables, verbigracia, Albert Einstein. Porque el mentado, físico renombrado, además de haber elaborado la “Teoría de la Relatividad”, nos legó y dejó, escritos en letras de molde, una apilada (que no pira ni pirada) colección de pensamientos indelebles, muy atinados y de gran interés para conocer un poco más la condición humana y, así, poder convencer (a los otros) y (con)vencernos (a nosotros mismos) más fácilmente.
De esta guisa, que es, asimismo, una suerte, a quienes son renuentes al estudio, podemos persuadirles recordándoles el argumento que hubiera aducido el premio Nobel al respecto: “Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una excelente oportunidad de acceder y penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.
A quien se tiene por docto ignorante, acaso puedas ayudarle con aquella sentencia suya, que viene pintiparada, de que “todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”.
A quien se las da de sabio, le convendría, sin ninguna hesitación, pararse a meditar un momento esta máxima, que el genio escribió muy oportunamente y donde proclama que “hay dos cosas infinitas: el espacio y la estupidez humana”.
A quien no para de bailar el agua o echar flores a los tiempos contemporáneos, en los que le ha tocado vivir, él le objetaría con este axioma: “¡Triste época la nuestra!, en la que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
A quien aún abriga serias dudas a propósito de la preeminencia, prelación o prioridad entre las tres potencias del alma, él le aconsejaría sabiamente: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. (Por cierto, qué gran novela la de José Martínez Ruiz, “Azorín”, de igual título, sobre el tema de su contrario, la abulia, la falta de voluntad) De donde se deduce que, para empezar a escribir una columna, es condición sine qua non querer escribirla, (dis)ponerse a llevar a cabo tal tarea.
A quien anhela con fruición urdir una columna, le propondría esta argucia mental suya: “En los tiempos de crisis (y estar en disposición de tramar una columna lo es, sin duda) sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”.
A quien desea fervientemente escribir muchas columnas, él, con una pizca de dicaz retranca, le diría que “si buscas resultados distintos, no hagas las mismas cosas siguiendo siempre los mismos procedimientos”.
Y antes de coronar con la firma un artículo, debería ser condición sine qua non para todo autor y hasta recomendación plausible invertir cinco inexcusables minutos, cinco, de su precioso tiempo en repasar lo urdido para poder subsanar, dentro del plazo abierto, asignado, concedido, los yerros que hubieran podido colarse de rondón o involuntariamente en el texto.
Y lo escrito sigue estando escrito, aunque, como le gusta (re)iterar a “Carámbano” (“Mejanero”), uno los amanuenses más dilectos del menda lerenda, “Otramotro”, “el apodíctico genio verdadero no encuentra motivos para hablar de sus sabidurías; el necio reconocido, reputado, en cambio, no halla razones para callar sus sandeces”.
Ángel Sáez García
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