Sebastián Piñera E.
Presidente de la República
El lunes pasado, muy temprano en la mañana, nos enteramos del fallecimiento de Ricardo Rivadeneira. Nuestra primera reacción con mi mujer Cecilia fue cruzar la calle y compartir con la familia Rivadeneira Hurtado. Pero debimos esperar porque habían ido a la misa de 7 hrs. en Los Benedictinos.
Durante esos momentos de espera experimentamos sentimientos encontrados. Por una parte, una profunda pena por la muerte de un gran amigo, con el cual habíamos compartido tantas jornadas y cruzadas. Pero también una serena alegría, porque pocos hombres han tenido una vida tan plena y fecunda como Ricardo Rivadeneira, en todos los campos importantes de la vida: su fe, su familia, su trabajo y su servicio a la patria.
Cuando finalmente pudimos abrazar a la Merce, su mujer, y a sus ocho hijos, vimos en sus rostros esos mismos sentimientos encontrados: profunda pena y dolor, pero también una serena paz y tranquilidad, porque sabían que, después de largos años de una cruel y dolorosa enfermedad, Ricardo Rivadeneira descansaba en paz y había cumplido su misión en esta vida.
Ricardo fue un cristiano que vivió su fe con fidelidad, consecuencia y exigencia. A lo largo de su vida conocí de sus muchas actitudes y acciones de buen cristiano.
Ricardo formó una familia ejemplar. Estuvo 43 años casado con su Merce, cuya sonrisa espontánea, alegre y contagiosa irradiaba paz y acogimiento. Tuvo ocho hijos, María Gabriela, Ricardo, Ignacio, Juan, Mercedes, Rosario, Pablo y Tomás, que heredaron y combinaron las mejores virtudes de sus padres.
Ricardo fue un abogado cuya rectitud y excelencia fue siempre reconocida y admirada por moros y cristianos.
Pero también desarrolló en plenitud su compromiso y amor por su patria, a través de una temprana, extensa y fecunda labor de servicio público.
Al ordenar mis recuerdos no deja de sorprenderme el hecho de que Ricardo estuvo presente y dejó su huella en casi todos los momentos estelares de nuestra historia reciente.
A través de sus 32 años en el Consejo de Defensa del Estado. En su participación, en 1982, en la Comisión que empezó a terminar con la cruel e injustificada práctica de exilio. Mediante su aporte al Acuerdo Nacional de 1985, que empezó a pavimentar el camino desde el Gobierno Militar hacia una plena democracia, que es la forma natural de vida del pueblo chileno. En su temprana e irrestricta defensa a los derechos humanos en todo tiempo, lugar y circunstancias.
En su convicción de que el retorno a la democracia requería reconstituir los partidos políticos, especialmente los de centroderecha, y que lo llevó a participar en la fundación y asumir como primer presidente de Renovación Nacional en 1987.
En su rol en los diálogos y acuerdos que permitieron las reformas constitucionales de 1989, que facilitaron el camino a una transición que, en muchos sentidos, fue ejemplar, alejándose de quienes sostenían que a la Constitución del 80 "no le cambiarían una sola coma", por una parte, y de quienes "no le aceptarían ni la primera palabra", por la otra.
Ricardo fue un hombre libre, que pensaba por sí mismo y no se sumaba al coro de los repetidores. Fue valiente, porque no dudó en enfrentar al gobernante cuando era poderoso y temido; pero también muy noble, porque tampoco dudó en salir en defensa de ese mismo gobernante cuando estaba enfermo y abandonado. Un hombre inteligente, caballero, aunque un tanto distraído. Cuando su féretro descendía a las profundidades de la tierra en el Parque del Recuerdo y su mujer pidió ver por última vez su rostro, le dije "Merce, él ya está en el otro mundo", y ella me contestó "en esta vida también casi siempre estaba en su propio mundo".
En fin, fue un hombre bueno, amable y preocupado con todos y especialmente con los más sencillos. Podía conversar con el mismo interés con un huaso o campesinos en su querida Roma, en el corazón de la tierra colchagüina, o con un gobernante. Y siempre mantenía su sentido del humor y de cierta ironía, que lo hacía reírse de sí mismo y también de los demás.
Ricardo estaba retirado -pero siempre informado e interesado- de la política. Muchas veces conversé con él en los últimos tiempos y lo urgía a escribir sus memorias, porque era en cierta forma una historia viviente de nuestros tiempos. Siempre me decía que estaba trabajando en eso y recopilando sus notas y documentos, y ese trabajo debe continuar porque ese testimonio no se puede perder.
En estos días, en que tengo la impresión de que Chile está bien y la política está mal. En que estamos viviendo un clima enrarecido en las relaciones cívicas, estoy seguro que Ricardo Rivadeneira, con su sabiduría y sentido común, nos diría cuiden la política, cuiden las relaciones y la amistad cívica, cuiden las instituciones. Porque aunque a algunos les cueste más reconocerlo que a otros, Ricardo tenía muy claro que en Chile falta más unidad y sobra división, falta más diálogo y sobra intransigencia, falta más acuerdo y sobran enfrentamientos, falta más responsabilidad y sobra demagogia. Falta más capacidad de ver lo que juntos hemos avanzado y no sólo el largo camino que aún debemos recorrer. En síntesis, falta mayor compromiso con la nobleza y grandeza de la política.
Ricardo Rivadeneira: gracias por una vida de enseñanzas, no sólo con tu palabra y sabiduría, sino que sobre todo con tu ejemplo y testimonio de vida. Ricardo: descansa en paz
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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