Pablo Rodríguez Grez
En el último tiempo, los comentaristas han destacado profusamente que se observan claros indicios de que los chilenos sufrimos un pronunciado desconcierto ciudadano. No creo que hayamos renunciado a luchar por el crecimiento económico, la erradicación de la pobreza y un mejoramiento significativo del nivel de vida de todos los estratos sociales. Pero parece evidente que no hemos internalizado la estrategia que queremos seguir ni las metas que anhelamos alcanzar. De aquí que constantemente se sigan enfrentando concepciones estatistas y privatistas que paralizan los cambios que deben impulsarse en un proceso de esta naturaleza. La inmovilidad se proyecta, además, en el ámbito valórico, que sirve de sustento nutricional a las diversas posiciones políticas, conformando bloques generalmente inconciliables. ¿Qué se puede esperar de un país que quiere el desarrollo, pero es incapaz de fijar con certeza el camino para alcanzarlo? ¿Cómo podría organizarse de manera óptima la convivencia, si no tenemos una visión común o compartida sobre los valores que deben predominar en la vida social?
Al instalarse el actual Gobierno, se dio por sentado que habíamos optado por reafirmar y profundizar el modelo económico, y que las instituciones debían ajustarse a preferencias bien definidas. Sin embargo, las cosas no han cambiado, al menos en la forma y en la dirección que habíamos supuesto. Las presiones que se ejercen por quienes están en la oposición han logrado frenar el impulso original de las autoridades que, ante la máquina del Estado, permanecen, en su mayoría, estupefactas y petrificadas. No es extraño, en este panorama, que surjan contradicciones, vacíos y desencuentros, tanto más si en el ámbito público predomina absolutamente la figura del Presidente de la República, absorbiendo lo positivo y lo negativo. Todo lo anterior conduce a una realidad insoslayable: el Gobierno de la Alianza se ha desdibujado, carece de objetivos claros, ideas fuerza capaces de movilizar a sus partidarios y, lo que es peor, de una mínima dosis de mística, único antídoto para neutralizar un panorama adverso cuando los adversarios se valen de todos los medios de que disponen para provocar el fracaso de las fuerzas gobernantes, incluyendo, por cierto, su mayoría parlamentaria.
No sabemos, a ciencia cierta, si en el futuro se pondrá énfasis en el desarrollo de las empresas privadas o en el desarrollo de las empresas públicas, si se respetará y fortalecerá el principio de subsidiariedad, si se privilegiará la familia matrimonial o la unión de pareja, si se seguirá debitando el principio de autoridad, si sacrificaremos grandes proyectos ante las presiones de los grupos ambientalistas ni, mucho menos, cuáles serán las prioridades en que debemos poner acento en los próximos años. No basta con hablar de educación, salud y vivienda cuando no se promueve la adhesión de la ciudadanía a planes específicos y conocidos.
El sector más sensible de la población es, sin duda, la juventud. La inquietud que ella acusa -y que se manifiesta en movimientos de propuestas todavía difusas- parece demostrar que se está incubando en el alma de la ciudadanía un desencanto que puede volcarse en cualquier dirección. Tanto más si se considera que la fuerza resulta ser el método más efectivo para alcanzar una conquista. Así comienzan los trastornos institucionales cuyas consecuencias son impredecibles e irremediables. Chile no se merece otra experiencia de esta naturaleza.
El país, creo yo, reclama una definición, un "plan de vuelo" que nos conduzca a un puerto cierto. La mera administración no es suficiente para un pueblo que quiere avanzar sabiendo en qué dirección se le conduce.
Lo que nos ocurre se fue gestando desde la última campaña presidencial, cuando se advertía que ninguno de los candidatos provocaba un entusiasmo desbordante de sus adherentes. Pero el proceso eleccionario atenuó las carencias que hoy nos afectan. El desafío que aguarda a Chile, entonces, es el surgimiento de una nueva alternativa -de izquierda, centro o derecha- que movilice más el espíritu que el patrimonio, más la justicia que el desarrollo, más la verdad que la propaganda. Esta alternativa puede gestarse en el mismo Gobierno, siempre que tenga el valor de definirse sin eufemismos.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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