ELECCIONES EN EL REINO UNIDO: ¿EL MOMENTO LIBERAL?
Mayo 4, 2010 por vozyvotoPor Daniel Brieba, desde Oxford, Inglaterra.
Cuando los británicos están cansados de los políticos de siempre no se van con un nacionalista xenófobo como en buena parte de la Europa continental, observó hace poco The Economist; se van en vez con una figura moderada y centrista como Nick Clegg, el líder del partido Liberal Demócrata. Esta elección, concuerdan los británicos, es distinta, y lo es gracias a Clegg. Desde los 1920s que dos partidos- el laborista y el conservador- han hegemonizado sin contrapeso la política británica. Es por eso que la aparición en competencia de los liberales demócratas como un jugador viable ha sido, por lejos, la gran novedad de esta elección. Jugando el juego del outsider invitado a la fiesta de los grandes, Clegg usó los debates televisivos- nunca antes vistos en la política británica- para irrumpir en una campaña entre dos partidos desprestigiados que sólo prometía prolongar la espiral de desencanto y alienación entre clase política y ciudadanía, inyectándole frescura, novedad e incertidumbre.
Si lo anterior parece resonar con lo que vimos en la política chilena el año pasado, no es casualidad. En efecto, y cuidando de no empujar demasiado lejos la comparación, es sorprendente como dos países con tantas diferencias como el Reino Unido y Chile puedan tener elecciones nacionales con tantos paralelos. Por una parte va el oficialismo de centroizquierda- los laboristas- liderados por su Frei: un Gordon Brown que la gente percibe como sólido y capaz pero poco carismático, liderando un partido que tras 13 años en el gobierno se percibe como exitoso pero cansado y sin ideas frescas, y haciendo una campaña plana enfocada en acusar a la derecha de ser 'los mismos viejos conservadores' que bajaron el gasto social y contrajeron el Estado durante la revolución neoliberal de Thatcher. Esto ha sido necesario porque los Conservadores son liderados por su propio Piñera- un simpático David Cameron que está claramente más al centro político que el grueso de sus militantes, pero que por lo mismo no termina de convencer respecto a cuán profundo es el cambio dentro de su partido. ¿Los Conservadores son lobos en piel de oveja o savia nueva que puede revitalizar la economía y encarnar el cambio que el país necesita? Y entre los dos partidos de siempre ha aparecido el ME-O británico, un invitado de piedra que se ha robado mediáticamente la campaña por ser una cara relativamente fresca, no contaminada por los escándalos y peleas políticas del pasado, y cuyo mensaje central ha sido la necesidad de renovar la política. Echándole la culpa de los males de Gran Bretaña a 'los dos viejos partidos', le ha quitado a Cameron el mantra del cambio y a Brown el monopolio sobre los valores progresistas. Lleno de energía y futuro, Clegg promete una nueva forma de hacer las cosas a la vez que izquierda y derecha lo acusan de no ser un candidato serio por sus políticas públicas inconsistentes. ¿Suena conocido?
Hay, por cierto, diferencias fundamentales entre Clegg y ME-O: primero, el británico tiene un verdadero partido detrás de sí, que sin ir más lejos logró el 23% de los votos en la última elección; y segundo- y por lo mismo- sus credenciales liberales son mucho más profundas y sus políticas son más desarrolladas y elaboradas. Por mucho que Clegg hable de sus rivales como 'los dos viejos partidos', su propio partido es el heredero de la gran tradición del Partido Liberal y de los gigantes filosóficos del liberalismo británico- cuna, recordemos, del liberalismo en sí. Por reputación y sustancia política no cabe duda que Clegg tiene mucho más derecho a ser tomado seriamente como un liberal.
En un sentido más profundo, su partido es un animal poco frecuente en la política occidental: liberal hasta la médula en temas de derechos civiles y libertades individuales, internacionalista en política exterior, sin objeciones de principio contra los mercados y sin embargo dispuestos a hablar de 'justicia social' sin complejos. Su postura valiente en la defensa de la inmigración, en contra de los excesos de las leyes antiterroristas y contra la erosión de las libertades civiles ha demostrado que el liberalismo efectivamente está en el ADN mismo de su identidad, llevándolo incluso a ser considerado un partido a la izquierda de los laboristas en dichos temas. Sus aciertos no son pocos. Han sido los más valientes en decirle la verdad al público británico respecto a la magnitud de las reducciones en el gasto público que se vienen para equilibrar las desastrosas cuentas fiscales. En dos de las grandes decisiones políticas de nuestros tiempos- la guerra en Irak y el cambio climático- fueron los únicos en contra y los primeros a favor de actuar (respectivamente), liderando contra la corriente y la opinión de los otros dos partidos. Por supuesto, también tienen políticas a mi juicio equivocadas- su oposición a la energía nuclear es difícil de compatibilizar con la reducción de emisiones que es el objetivo ambiental fundamental, y su promesa de llevar a cero los aranceles universitarios es manifiestamente regresiva. Pero con todo, los liberal demócratas ingleses demuestran que es posible construir una alternativa tanto al conservadurismo como a la socialdemocracia, con un sello específico y distintivo que está lejos de ser el punto medio entre las otras dos posiciones. Su liberalismo progresista puede ser también una apuesta radical.
Dicha radicalidad se ve con especial claridad en la propuesta de máxima prioridad que traen en su maleta de campaña: reemplazar el antiguo, venerado y tradicional sistema electoral mayoritario con alguna variante de un sistema de representación proporcional que refleje de mejor manera la diversidad de la nación británica. No es de extrañarse: el 2005 con el 23% de los votos lograron apenas el 10% del Parlamento, y aun ahora con una votación proyectada igual a la de Labour se cree que obtendrán menos de la mitad de los asientos que éstos. Esto implica que no hay posibilidad alguna que Clegg sea Primer Ministro después del jueves, pero que seguramente conservadores y laboristas necesitarán del apoyo de sus Lib Dems para formar mayoría. El precio que éstos pedirán, se sabe, es un referéndum sobre el sistema electoral para remediar de una buena vez la cancha dispareja en que compiten. Es un precio alto: mucha gente valora el sistema actual por su capacidad (que, irónicamente, esta vez probablemente no producirá) de crear un ganador claro, evitar la necesidad de coaliciones y producir así una línea clara de accountability entre el gobierno y los ciudadanos. Un sistema proporcional cambiaría profundamente los incentivos y prácticas de la política británica, por lo que no es una propuesta trivial; y sin embargo, nunca los Lib Dems habían estado mejor situados para empujarla.
Es una elección abierta y nadie sabe qué harán los partidos una vez que tengan los resultados en la mano. ¿Mi apuesta? Cameron no logrará la ansiada mayoría, y Labour tratará de formar coalición con los Lib Dems a cambio de una reforma parcial al sistema electoral. Si no lo logran, Cameron formará gobierno de minoría. En ambos casos, entraremos a un período de incertidumbre política para la que los británicos- acostumbrados a la política predecible- pueden bien no estar preparados.
Saludos,
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