En 2005 se inventó en la Argentina una modalidad nueva de existencia literaria: la antología de valores futuros.
El primer caso fue La joven guardia (de aquí en más, LJG), un libro que tenía aspecto de objeto de diseño, que parecía hecho para el impacto visual. En la tapa, alineados para obligar a la nostalgia, los muñecos de los chocolatines Jack rodeaban el título estampado con una vieja máquina etiquetadora, lo que hacía pensar en una generación de nenes criados por la TV y la cultura popular, con padres ausentes, autorizados a hacer de la orfandad una bandera.
La publicación del libro se celebró como una inyección de sangre fresca para un mercado editorial desinflado. También se festejó un rasgo que el compilador Maximiliano Tomas señalaba en el prólogo: esta generación gozaba de una libertad literaria inédita, no sufría la necesidad de disputarle terreno a ningún padre literario.
"En la década del 70 Juan Terranova dixit Manuel Puig sacaba una novela y la leían todas las lectoras de Para Ti; vendía miles de ejemplares. Desde hace mucho que eso no ocurre con los escritores argentinos de ficción. ¿Qué sentido tiene, entonces, cargar contra autores de otras generaciones a los que casi nadie lee?".
Rápidamente, la crítica detectó algunas grietas del proyecto LJG: su presumible sectarismo, su intención de arrogarse la representación de una avidísima juventud literaria que esperaba por el sueño de ser escritor. En 2006 se publicó En Celo (una antología sobre sexo seleccionada por Diego Grillo Trubba), y una pastilla escrita por Diego Erlan desató una pequeña tormenta.
Erlan citaba a Andrés Rivera, quién había tildado de "ignorantes" a los miembros del sub 35 literario argentino. Al paso, el periodista de Ñ llamaba a calmar los niveles de ansiedad de los escritores: una antología estaba estadísticamente obligada a arrojar un alto porcentaje de carreras fracasadas. Juan Terranova contestó que ni una gran obra ni la posteridad, ni siquiera el pasado, eran preocupaciones de la nueva generación. En Rolling Stone declaró: "Los desaparecidos me chupan un huevo".
Pero uno de los costos de tanta libertad era la obligación de que los escritores aprendieran a venderse con sus libros: 500 ejemplares no bastaban para hacer de ellos la mercancía en la que pretendían transformarse. En la reseña de la antología Buenos Aires/ escala 1:1, Quintín advertía que el uso masivo de la primera persona era una muestra de que "para legitimarse frente a la sociedad y a la industria editorial, los escritores se ven obligados a ofrecer alguna libra de carne de su cuerpo al escrutinio público".
Bloguear, existir. Rápidamente quedó en claro que lo que producía ansiedad era el deseo de existencia literaria: existir era estar "antologizado", y en los alrededores de la discusión (en la bendita blogósfera) empezó a florecer una especie de metástasis del encono.
Navegar por los sitios es una lección sobre lo que puede generar el deseo de pertenecer, pero además ayuda a inventariar las acusaciones sufridas por LJG. La primera es la de arribismo, apoyada en palabras de Martin Kohan: la literatura argentina había literalizado la frase de Lamborghini según la cual primero está publicar y después escribir, con textos apenas redactados y a los que no sostiene ni el deseo ni el trabajo de escritura. Cuando en el site La lectora provisoria se reseñaba la antología Buenos Aires escala 1:1, uno de los comentaristas repasaba la lista de los mejores exponentes actuales (Félix Bruzzone, Pola Oloixarac, Cucurto) y otro lamentaba esa enumeración como un índice de empobrecimiento (comparándola con esta: Borges, Arlt, Girondo). La conclusión del primer blogger era un acto de resignación: "¿Querés que reconozca que no tenemos genios? Lo reconozco".
De hecho, era difícil encontrar textos memorables en las antologías, ni siquiera recomendables. Uno pasaba por la lectura de los volúmenes completos sin más registro que el de tres o cuatro cuentos que estaban principalmente en el primer volumen de Maximiliano Tomas.
El sectarismo, por otra parte, generaba resentimiento y formas curiosas de dolor. En el blog lomioesamateur.wordpress.com hay un interesante experimento, una especie de diario de la exclusión: una anónima blogger sube ahí, irónicamente, un cuento correspondiente a cada una de las antologías a las que no fue invitada.
La sensación de estar excluidos tiene que haberse reforzado entre los outsiders sin antología en el 2009, ahora que por fin hubo un auténtico triunfo internacional de LJG. Tomas, Terranova, Samantha Schweblin, Diego Grillo Trubba y, sumado en la misma Europa, Patricio Pron, representaron a la juventud literaria nacional ante la España editorial, dejando constancia en la web de sus incursiones gastronómicas y de las sorpresas arquitectónicas y paisajísticas que atesora la madre patria. Lo que no está mal en sí. El problema está en que se vuelva relato, y ese relato autorreferencial y pueril se devore a la literatura.
El mismo Erlan leía la "estrategia Terranova" como el emergente más desnudo de este juego en el que es más importante hacerse una personalidad pública que escribir un libro. Como figura de escritor, Terranova es el efecto de sus cuentos antologados, de sus intervenciones polémicas y de sus memorias de viaje, y no porque sus libros sean todos malos, sino porque eso es lo que se percibe con más fuerza en el circuito en el que ha decidido jugar.
Lo mismo para los principales nombres de ese viaje, Maximiliano Tomas y Diego Grillo Trubba (compilador de En celo, In fraganti, Uno a Uno y De puntín): ¿quién puede recordar uno de sus libros (Tomas todavía no publicó)? Por otra parte, sus obras no tienen límites, y continúan (de eso dan cuenta los blogs y los sectores de sociales de los suplementos porteños) hasta en los vernissages.
La academia y el mercado. El resentimiento contra LJG surgía de un enfrentamiento que el resto del país literario está obligado a intuir, pero quedándose al margen. Leyendo los posts de los distintos sitios dedicados a la literatura y al exhibicionismo, uno comprende que hay una fracción "académica" que no simpatiza con los movimientos comercialmente agresivos de LJG, lo que reduce las cosas a un enfrentamiento entre Puán (la calle que aloja a la Facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires) y el difuso mercado.
Para LJG y sus alrededores, Puán está lleno de elitistas condenados al onanismo intelectual y al autismo; según Puán, los miembros de LJG son mediocres, arribistas y monopólicos, y su defensa de un tardío bodeismo kirchnerista (o de un costumbrismo de derecha, o de lo que sea) es un mamarracho impresentable. Es difícil que todo esto le interese a los casi 38 millones de argentinos que no tienen nada que ver con la Universidad de Buenos Aires.
Ahora, ¿de qué se habla cuando se habla de mercado? Hace unos meses, un periodista de Crítica analizaba las posibilidades económicas de los escritores en la Argentina y llegaba a la pálida conclusión de que un libro exitoso, con suerte, le deparaba a su autor 830 pesos mensuales. Sin embargo, el mercado editorial al que apuntaba desde un principio la cúpula de LJG no es el exangüe monedero argentino, sino el botín de Frankfurt 2010.
En una crónica mucho mejor escrita que su última novela (ganadora del premio Jaén en España), Patricio Pron se infiltra en la avanzada argentina durante el viaje a Madrid y deschava, sin escrúpulos, la avidez filistea de sus compatriotas, con los que no se abstuvo de jugueteos pueriles y celebraciones goliardescas pero a los que expuso hasta el hueso: "Alguien habría tenido que decirles que la literatura consiste en leer y en escribir libros y que ésa es una actividad virtualmente antieconómica porque descansa sobre la búsqueda de un sentido esquivo a un mundo en perpetua confusión y nadie quiere eso en su casa a la hora del almuerzo".
El acto simultáneo de esta defección fue la publicación de un cuento de Pron en la antología La erótica del relato, que podría leerse como "la respuesta de Puán" y que fue introducida con un manifiesto firmado por unos tenebrosos "Heraldos". Estos anunciadores de lo nuevo literario estaban amparados en pedigríes académicos pasmosos y en una retórica afrancesada y retorcida. "Las palabras se tocan, es un hecho. Son puro roce, movimiento. Lascivas monedas de cambio entre los cuerpos en el comercio del mundo".
La contratapa dejaba en claro a qué blanco apuntaban los cañones: los "Heraldos" oponían su literatura "al imperio de la 'mala literatura', del consumismo vacuo, del desprecio de formas y de fondos". La oponían a LJG, pero incorporando a algunos de sus miembros (los internacionales Patricio Pron y Oliverio Coelho) y confundiendo el denostado criterio de calidad literaria con prosas alambicadas y de bajo riesgo (aunque habría que dejar al inclasificable Coelho al margen).
Nada personal. Un vistazo del surgimiento de la nueva generación hace pensar en un campo muy determinado por la precarización, el desclasamiento y la reducción del valor de la literatura a las prebendas y a la respetabilidad, como dijera Roberto Bolaño en Los mitos de Cuthulhu: "Los escritores actuales no son ya(...) señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un hatajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad".
Por otro lado, el puñado de nombres que más suenan en estas discusiones no parecen sostenidos por una obra (con excepción de Pron, Coelho y Cucurto, escritores abrumadoramente diferentes y prolíficos): hay un exceso de "persona" en estas figuras de autor.
LJG es mucho más un fenómeno de mercado que un fenómeno literario, y el juicio estricto sobre lo que leemos en el presente es una materia adeudada para cuando se haya disipado el malestar y la confusión, la viruta de estas polémicas de bajo vuelo. Las antologías han asumido la misión paradójica de darle salida a una generación de escritores sin títulos memorables, tirando al aire, sobre todo, un puñado de nombres.
|| Fuente: (La Voz-Flavio Lo Presti) |
No comments:
Post a Comment