La crisis financiera externa es seria, qué duda cabe. Países como Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, el Reino Unido y Japón, entre los más importantes, están o entrarán en recesión. Los problemas se han exacerbado por errores en el manejo reciente de la crisis. En EE.UU. fue un gran error dejar caer a Lehman Brothers, luego de salvar a Bear Stearns. Esto generó gran confusión, puesto que no quedó claro el criterio para determinar a quién salvar y a quién dejar caer; ello generó desconfianza entre las propias instituciones financieras, congeló el crédito y alimentó el pánico.
En Europa se demoraron bastante en actuar concertadamente, y cuando lo hicieron hubo fuertes descoordinaciones. Pero hay progreso. Recientemente se han logrado importantes avances en la acción conjunta: en la disminución de las tasas de interés de política de las principales economías y en la capitalización de bancos con fondos públicos. Estos esfuerzos son claves y lentamente el pánico ha disminuido, aunque aún es temprano para asegurar que hayamos tocado fondo.
En este escenario, el mundo en desarrollo se desacelerará, pero continuará mostrando números azules. Los datos más frescos señalan que China creció 9% en el tercer trimestre de este año, confirmando así la desaceleración desde 10,4% en el primer semestre. Por supuesto, la crisis también impactará en América Latina, pero afectará más a México y América Central, que dependen mucho más de Estados Unidos.
La existencia de ciclos económicos es inherente a las economías de mercado, y hoy estamos en la parte baja de un ciclo. Hasta ahora este es el único sistema que ha demostrado capacidad para generar riqueza en el largo plazo, pero esto no significa que permita crecer siempre. En el último siglo y medio EE.UU. ha tenido 32 recesiones, pero eso no ha impedido que el ingreso por habitante aumentara desde US$ 2.700 en 1850 a casi US$ 46.900 hoy (en moneda de 2008), esto es, casi 18 veces.
Hoy existe una crisis financiera, provocada por sobreendeudamiento, excesiva permisividad regulatoria y falta de transparencia en los estados financieros. También existían incentivos inadecuados a los ejecutivos, quienes podían recibir fortunas ejerciendo sus opciones accionarias aunque su empresa luego quebrara; con esto resultaba muy rentable orientarse a hacer subir rápidamente (y a veces artificialmente) el precio de las acciones. Estos son los problemas a corregir. Como sistema, el mercado goza de muy buena salud.
¿Gran Depresión?
Se ha comparado reiteradamente la situación actual con la crisis de 1929. Pero estas comparaciones resultan a todas luces exageradas en sus efectos reales. La gravedad de una crisis depende de su costo en términos de producción, consumo, inversión y empleo. Aquí es imposible sostener que la crisis actual se parece a la Gran Depresión, cuando el producto de EE.UU. cayó alrededor de un 27%, el desempleo rozó el 25% de la fuerza laboral y el Dow Jones se desplomó 90%. Hoy EE.UU. está en recesión, la que podría durar unos 3 a 4 trimestres, pero es altamente improbable que la caída acumulada del producto norteamericano llegue siquiera al 4%. El desempleo se elevará desde el 6,1% actual, aunque difícilmente llegará a los dos dígitos. Y la caída de Wall Street desde su peak llegó a 36%, desde donde se ha recuperado algo.
Siempre es posible que las cosas anden peor de lo esperado, que las autoridades políticas y económicas cometan errores de principiante y que cunda el pánico. Pero para que eso ocurra se deberían confabular todos los astros en contra nuestra. Lo más razonable es concluir que no estamos ni cerca de una situación de la gravedad de la Gran Depresión.
¿Y qué pasa con Chile?
Chile no debiera caer en recesión en 2009, pero se desacelerará significativamente. Los síntomas de dicha desaceleración ya se están viendo en sectores como el inmobiliario, el comercio minorista y aquellos que enfrentan caídas de la demanda externa; sin embargo, este último factor es compensado en parte por la depreciación del peso. Una ventaja del sistema cambiario flexible que tiene el país es que provee las señales adecuadas: las exportaciones no cobre son más rentables y las importaciones se encarecen. Habrá una fuerte desaceleración de la inversión, que ha volado junto con el boom de importaciones de bienes de capital, por el bajo nivel del tipo de cambio de hace unos meses.
Si bien Chile tiene una posición sólida, no estamos blindados. La economía será afectada por los remezones externos, aunque la solidez del sistema bancario, la regla de superávit estructural y la acumulación de fondos externos le permiten a Chile resistir mejor que otros países de América Latina. Nuestro país tiene una economía sólida, pero no inmune.
Con todo, la crisis internacional no tiene la culpa de los problemas internos que hemos ido incubando en la última década. El verdadero problema económico de Chile no es la crisis externa, que será pasajera, sino nuestro escaso dinamismo. El bajo crecimiento en Chile se arrastra por más de 10 años, y promedia menos de 4% anual desde 1998. Aún con el mejor escenario externo en al menos medio siglo, los últimos años hemos crecido apenas entre el 4% y 5%, y en 2009 será bastante menor. En realidad, el escuálido dinamismo de nuestra economía se debe a una dramática caída de la productividad, que fue pilar fundamental en la época dorada del crecimiento (1986-1997) y que después de 1998 comenzó a caer drásticamente, hasta incluso volverse negativa durante los últimos años. Si Chile aspira ser un país desarrollado en un plazo razonable, es urgente revertir esta tendencia.
En Europa se demoraron bastante en actuar concertadamente, y cuando lo hicieron hubo fuertes descoordinaciones. Pero hay progreso. Recientemente se han logrado importantes avances en la acción conjunta: en la disminución de las tasas de interés de política de las principales economías y en la capitalización de bancos con fondos públicos. Estos esfuerzos son claves y lentamente el pánico ha disminuido, aunque aún es temprano para asegurar que hayamos tocado fondo.
En este escenario, el mundo en desarrollo se desacelerará, pero continuará mostrando números azules. Los datos más frescos señalan que China creció 9% en el tercer trimestre de este año, confirmando así la desaceleración desde 10,4% en el primer semestre. Por supuesto, la crisis también impactará en América Latina, pero afectará más a México y América Central, que dependen mucho más de Estados Unidos.
La existencia de ciclos económicos es inherente a las economías de mercado, y hoy estamos en la parte baja de un ciclo. Hasta ahora este es el único sistema que ha demostrado capacidad para generar riqueza en el largo plazo, pero esto no significa que permita crecer siempre. En el último siglo y medio EE.UU. ha tenido 32 recesiones, pero eso no ha impedido que el ingreso por habitante aumentara desde US$ 2.700 en 1850 a casi US$ 46.900 hoy (en moneda de 2008), esto es, casi 18 veces.
Hoy existe una crisis financiera, provocada por sobreendeudamiento, excesiva permisividad regulatoria y falta de transparencia en los estados financieros. También existían incentivos inadecuados a los ejecutivos, quienes podían recibir fortunas ejerciendo sus opciones accionarias aunque su empresa luego quebrara; con esto resultaba muy rentable orientarse a hacer subir rápidamente (y a veces artificialmente) el precio de las acciones. Estos son los problemas a corregir. Como sistema, el mercado goza de muy buena salud.
¿Gran Depresión?
Se ha comparado reiteradamente la situación actual con la crisis de 1929. Pero estas comparaciones resultan a todas luces exageradas en sus efectos reales. La gravedad de una crisis depende de su costo en términos de producción, consumo, inversión y empleo. Aquí es imposible sostener que la crisis actual se parece a la Gran Depresión, cuando el producto de EE.UU. cayó alrededor de un 27%, el desempleo rozó el 25% de la fuerza laboral y el Dow Jones se desplomó 90%. Hoy EE.UU. está en recesión, la que podría durar unos 3 a 4 trimestres, pero es altamente improbable que la caída acumulada del producto norteamericano llegue siquiera al 4%. El desempleo se elevará desde el 6,1% actual, aunque difícilmente llegará a los dos dígitos. Y la caída de Wall Street desde su peak llegó a 36%, desde donde se ha recuperado algo.
Siempre es posible que las cosas anden peor de lo esperado, que las autoridades políticas y económicas cometan errores de principiante y que cunda el pánico. Pero para que eso ocurra se deberían confabular todos los astros en contra nuestra. Lo más razonable es concluir que no estamos ni cerca de una situación de la gravedad de la Gran Depresión.
¿Y qué pasa con Chile?
Chile no debiera caer en recesión en 2009, pero se desacelerará significativamente. Los síntomas de dicha desaceleración ya se están viendo en sectores como el inmobiliario, el comercio minorista y aquellos que enfrentan caídas de la demanda externa; sin embargo, este último factor es compensado en parte por la depreciación del peso. Una ventaja del sistema cambiario flexible que tiene el país es que provee las señales adecuadas: las exportaciones no cobre son más rentables y las importaciones se encarecen. Habrá una fuerte desaceleración de la inversión, que ha volado junto con el boom de importaciones de bienes de capital, por el bajo nivel del tipo de cambio de hace unos meses.
Si bien Chile tiene una posición sólida, no estamos blindados. La economía será afectada por los remezones externos, aunque la solidez del sistema bancario, la regla de superávit estructural y la acumulación de fondos externos le permiten a Chile resistir mejor que otros países de América Latina. Nuestro país tiene una economía sólida, pero no inmune.
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Saludos
RODRIGO GONZALEZ FERNANDEZ
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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Renato Sánchez 3586 of.10
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