El niño sabio
Opus Mei
20/06/2008 12:56 (-6 GTM)
A mí de menor me hicieron una serie de estudios. Esto es cierto. La gente que me rodeaba pensaba que era yo un niño muy inteligente. Me aplicaron los test psicométricos que confirmaron que tenía un coeficiente un poco superior a la media. Si sale menos de cien, me dijo una mujer que había dejado de ser guapa, eres imbécil. Saqué más de 140. La mujer no me dijo que se podía ser igual de imbécil con esos resultados.
No se estilaba entonces eso de la inteligencia emocional. Esta teoría revolucionaria postula que se puede tener el cerebro de un genio que no sirve para nada si uno no se comporta como un genio. El hábito no hace al monje. Dicho de otra manera puede uno tener el cerebro como un Cadillac, pero de nada sirve si tiene uno la carrocería de una carcacha. Ese fue mi caso y esto también es cierto.
Años más tarde, cuando estaba demostrado que no andaba yo muy bien de mis facultades un experto me realizó de nuevo las dichosas pruebas. Si sale menos de cien, me explicó por su parte, eres imbécil. De nuevo saqué más de 140, lo que no deja de ser una tragedia. Luego agregó: lo que pasa contigo es que eres pobre de espíritu. Eso me lo dijo para darme una explicación científica y embolsarse no sé cuánto dinero.
Es por lo anterior, y una serie de detalles en los que no tiengo tiempo de reparar ahora, que pasé de niño precoz a promesa fallida. Primero me amargaba. Hombre, con mi inteligencia, me decía ante el espejo. Pero hombre, con tu inteligencia, me decían por la calle los demás. Cuando me alejaba masticando amargura, sentía que algunos me miraban con pena alejarme por la acera. Luego me acostumbré. Es una de las ventajas de ser pobre de espíritu. Entonces entendí qué me quisieron decir cuando de niño exclamaban al verme: bienaventurado. Y es que a mí lo de la pobreza se me notaba desde chiquito, por más que tuviera yo el aurea aquella de niño sabio.
A veces me pregunto, a mis años, qué hubiera sido de mí. Mi pobreza de espíritu no me deja sino imaginar algunas situaciones sin chiste. Un yate en Marbella, una cuenta corriente en dólares, un chalet en Reus o una oficina en un edificio de Chelsea, el Príncipe de Asturias de literatura. Puras tonterías. Por lo demás, como están las cosas, más nos vale ir por la vida con la famosa banderita. Lo dicho, las miserias del alma tienen sus ventajas.
El que me preocupa es Silvano. Ese niño es vivo, que no es lo mismo que ser inteligente. No lo es, pero ya podría ser un bruto, de esos que son el terror de los demás. La gente dice, mira qué mono el niño, habla como si tuviera treinta años. Yo no me dejo abrumar pues la gente a los treinta años suele hablar puras sandeces. Me preocupo cuando veo que detrás de ese niño precoz lo que hay es un vivo.
Pero cómo puedes decir esas barbaridades, me dicen cuando expreso mis sospechas y mis recelos. Mira que tener un hijo así. Lo mismo le decían al papá del sabio Nerón. Una cosa es escuchar sus ocurrencias y otra distinta tertuliar con un niño de seis años que siempre concluye con que la culpa de todo la tienen los conservadores. Yo que no distingo ya entre un conservador y un liberal soy presa del pánico.
El otro día el presidente Calderón dijo a un diario español que él no se consideraba de derechas. Yo estaba sentado en una mesa, con los dedos entre la cabellera revuelta, intentando entender las palabras del presidente. Silvano, que es un lector voraz -otro síntoma para preocuparse- me dijo que nada, que no me rompiera la cabeza. Para sacarme de ese embrollo encendió el televisor y puso el beisbol. En la tercera entrada, después de un dobleplay, el zarévich me soltó aquello de no le des más vueltas, ya sabes que así se le responde a un diario de izquierdas. Luego agregó que aquello no era un dobleplay. No te creas de las mentiras papá, me dijo en tono docto y me dejó meditando. No sabía, de hecho no sé, si hablaba del juego de pelota o de las declaraciones del presidente.
Hace unos días, por hablar, le pregunté si ya sabía qué quería ser de grande. No lo sé, contestó, no me lo he pensado bien. Me tranquilizó que no me respondiera que asesor fiscal de un millonario. También me dejó un poco inquieto que no me contestara que bombero o piloto de combate, como los niños normales. Para sustos no gana uno.
El otro día fue día del padre. María que no quiso dejarme de vacío llegó con un par de carteras de piel. De repente Silvano se alejó de la habitación y regresó con un libro. Esto también es cierto. Espero que lo disfrutes, señaló mientras me dejaba el libro en las manos como las almas caritativas dejan una moneda en las manos de los menesterosos. Me pareció un buen gesto hasta que vi que se trataba de "La hermenéutica del sujeto" de Michael Faucault. Será por la pobreza de espíritu o por el sereno, pero desde el domingo no pego ojo.
Agustín Lascazas
No se estilaba entonces eso de la inteligencia emocional. Esta teoría revolucionaria postula que se puede tener el cerebro de un genio que no sirve para nada si uno no se comporta como un genio. El hábito no hace al monje. Dicho de otra manera puede uno tener el cerebro como un Cadillac, pero de nada sirve si tiene uno la carrocería de una carcacha. Ese fue mi caso y esto también es cierto.
Años más tarde, cuando estaba demostrado que no andaba yo muy bien de mis facultades un experto me realizó de nuevo las dichosas pruebas. Si sale menos de cien, me explicó por su parte, eres imbécil. De nuevo saqué más de 140, lo que no deja de ser una tragedia. Luego agregó: lo que pasa contigo es que eres pobre de espíritu. Eso me lo dijo para darme una explicación científica y embolsarse no sé cuánto dinero.
Es por lo anterior, y una serie de detalles en los que no tiengo tiempo de reparar ahora, que pasé de niño precoz a promesa fallida. Primero me amargaba. Hombre, con mi inteligencia, me decía ante el espejo. Pero hombre, con tu inteligencia, me decían por la calle los demás. Cuando me alejaba masticando amargura, sentía que algunos me miraban con pena alejarme por la acera. Luego me acostumbré. Es una de las ventajas de ser pobre de espíritu. Entonces entendí qué me quisieron decir cuando de niño exclamaban al verme: bienaventurado. Y es que a mí lo de la pobreza se me notaba desde chiquito, por más que tuviera yo el aurea aquella de niño sabio.
A veces me pregunto, a mis años, qué hubiera sido de mí. Mi pobreza de espíritu no me deja sino imaginar algunas situaciones sin chiste. Un yate en Marbella, una cuenta corriente en dólares, un chalet en Reus o una oficina en un edificio de Chelsea, el Príncipe de Asturias de literatura. Puras tonterías. Por lo demás, como están las cosas, más nos vale ir por la vida con la famosa banderita. Lo dicho, las miserias del alma tienen sus ventajas.
El que me preocupa es Silvano. Ese niño es vivo, que no es lo mismo que ser inteligente. No lo es, pero ya podría ser un bruto, de esos que son el terror de los demás. La gente dice, mira qué mono el niño, habla como si tuviera treinta años. Yo no me dejo abrumar pues la gente a los treinta años suele hablar puras sandeces. Me preocupo cuando veo que detrás de ese niño precoz lo que hay es un vivo.
Pero cómo puedes decir esas barbaridades, me dicen cuando expreso mis sospechas y mis recelos. Mira que tener un hijo así. Lo mismo le decían al papá del sabio Nerón. Una cosa es escuchar sus ocurrencias y otra distinta tertuliar con un niño de seis años que siempre concluye con que la culpa de todo la tienen los conservadores. Yo que no distingo ya entre un conservador y un liberal soy presa del pánico.
El otro día el presidente Calderón dijo a un diario español que él no se consideraba de derechas. Yo estaba sentado en una mesa, con los dedos entre la cabellera revuelta, intentando entender las palabras del presidente. Silvano, que es un lector voraz -otro síntoma para preocuparse- me dijo que nada, que no me rompiera la cabeza. Para sacarme de ese embrollo encendió el televisor y puso el beisbol. En la tercera entrada, después de un dobleplay, el zarévich me soltó aquello de no le des más vueltas, ya sabes que así se le responde a un diario de izquierdas. Luego agregó que aquello no era un dobleplay. No te creas de las mentiras papá, me dijo en tono docto y me dejó meditando. No sabía, de hecho no sé, si hablaba del juego de pelota o de las declaraciones del presidente.
Hace unos días, por hablar, le pregunté si ya sabía qué quería ser de grande. No lo sé, contestó, no me lo he pensado bien. Me tranquilizó que no me respondiera que asesor fiscal de un millonario. También me dejó un poco inquieto que no me contestara que bombero o piloto de combate, como los niños normales. Para sustos no gana uno.
El otro día fue día del padre. María que no quiso dejarme de vacío llegó con un par de carteras de piel. De repente Silvano se alejó de la habitación y regresó con un libro. Esto también es cierto. Espero que lo disfrutes, señaló mientras me dejaba el libro en las manos como las almas caritativas dejan una moneda en las manos de los menesterosos. Me pareció un buen gesto hasta que vi que se trataba de "La hermenéutica del sujeto" de Michael Faucault. Será por la pobreza de espíritu o por el sereno, pero desde el domingo no pego ojo.
Agustín Lascazas
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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