¿PARA QUÉ SIRVE?
Por: MAR GÁMEZ
Es frecuente encontrar en la vida real ejemplos de personas que, aún siendo consideradas muy inteligentes, son incapaces de expresar lo que sienten y de reconocer su propio estado de ánimo. Les resulta extremadamente complicado entender o ponerse en el lugar de los demás, incluso de sus familiares, amigos o seres queridos.
Existe, por el contrario, otro tipo de personas que, pese a haber obtenido bajas puntuaciones en su trayectoria escolar o académica, tienen la habilidad de sincerarse sentimentalmente con otros individuos, de conmoverse, de simpatizar con ellos y de conducir su vida con equilibrio.
Se trata de personas con una elevada inteligencia emocional, una forma de inteligencia distinta al concepto tradicional de inteligencia que durante años ha sido limitado a lo que actualmente entendemos como cociente intelectual (C.I.).
Aunque hay antecedentes en la filosofía clásica, no es aproximadamente hasta la década de los 90 con el trabajo del psicólogo estadounidense Daniel Goleman cuando el concepto de inteligencia emocional adquiere una mayor fuerza.
Durante años se había pensado que las emociones, el sentimentalismo y su expresión pública pertenecían al ámbito de lo femenino, que eran propias de personas débiles, inmaduras y con déficit de autocontrol. Pero cada vez se está extendiendo más la idea de que el saber comprender, interpretar, jerarquizar y contextualizar las emociones y los sentimientos forma parte de la maduración personal y constituye una parte fundamental en el desarrollo de la inteligencia.
TAMBIÉN ES INTELIGENCIA
Ya la inteligencia no se estudia exclusivamente como una especie de centro de procesamiento de información, sino como una capacidad de conocer, expresar y canalizar los propios pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones, etc., de manera que se avance por la senda de la autorrealización y la convivencia.
Se podría decir entonces que no es sólo más inteligente la persona que presenta un mayor cociente intelectual u obtiene mejores calificaciones en sus estudios, sino aquella que sabe tomar las decisiones acertadas y aprovechar al máximo sus habilidades. De ahí que, con frecuencia, encontremos numerosos casos de brillantes profesionales con mediocres expedientes académicos.
En libro de Valentín Martínez-Otero, "inteligencia afectiva", se expresa este concepto (un nuevo término que, según él, no sólo abarca las emociones, sino también los sentimientos, las pasiones o las motivaciones) para sostener que ambas, afectividad y cognición, "son inseparables porque en cualquier situación se piensa y se siente".
Para la inteligencia, íntimamente conectada a la afectividad, está integrada por diversas aptitudes, como la lingüística, la matemática, la espacial, etc., sin que se rompa la unidad intelectual. Es lo que él califica como "Teoría de la inteligencia unidiversa", una visión original y distinta a la también extendida "Teoría de las inteligencias múltiples", del profesor de Harvard, Howard Gardner, que defiende la existencia de diferentes tipos de inteligencias, todas ellas autónomas.
Sea como fuere, la existencia de la inteligencia emocional está ampliamente reconocida y la mayoría de los expertos coincide en destacar los aspectos positivos de un desarrollo adecuado.
UN PROYECTO DE VIDA SÓLIDO
Según el profesor Valentín Martínez-Otero, las personas con una elevada inteligencia emocional "trazan un proyecto de vida más sólido porque saben tomar las decisiones más adecuadas para ellas, al conocerse mejor a sí mismas".
Además, son por lo general individuos más maduros y felices, capaces de controlar y manejar sus emociones, y de evitar los impulsos y las respuestas incontroladas en situaciones de ira, provocación o miedo.
Por ello, es importante cultivar y desarrollar la inteligencia emocional, pero también educar para la vida emocional, pues la mayor parte de las habilidades necesarias para conseguir una vida satisfactoria son de carácter emocional.
Sin embargo, algunos expertos lamentan que la mayoría de los centros escolares se centren en determinados tipos de inteligencia y no le dediquen a la inteligencia emocional toda la importancia que, en su opinión, merece.
Valentín Martínez-Otero cree que sería posible estimularla en los colegios en "un ambiente de cordialidad y mediante canales que favorezcan la expresión y la comprensión de los fenómenos afectivos como el cine, la literatura, la historia, la actualidad informativa...".
Pero debe ser sobre todo en casa, en el seno familiar, donde debe comenzar a cultivarse la inteligencia afectiva "a través del amor, del diálogo, del ejemplo y de la autoridad, que no del autoritarismo", ya que es sobre todo y principalmente la familia "el auténtico y natural molde afectivo en el que se forma el hijo".
Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL DE LA ONU
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