Hoy se realizaron los funerales de la madre de Jaime Guzmán
Palabras de despedida para la Sra. Carmen Errázuriz de Guzmán
Un día, cuando el Señor nos llame, nos volveremos a encontrar. Con la Señora Carmen, con Jaime y con tantos otros que en su momento se han constituido en personas esenciales en nuestras vidas.
Cuando murió Jaime Guzmán pareció natural que muchos, con distinto título, despidieran sus restos con palabras llenas de sentido. Hacía mucho rato que Jaime ya era una personalidad en Chile, no sólo un mejor amigo o un gran profesor, sino que un líder gigante, de esos que se confunden con la historia, por lo que su muerte brutal y artera causó un profundo impacto en todos los ámbitos.
Por ello, podrá sorprender a muchos que hoy nuevamente se ocupe esta tribuna para despedir a una mujer que no se desempeñó en el mundo público y que rehuyó toda figuración salvo cuando fuera estrictamente necesario para preservar la memoria de su hijo. Pero no nos sorprende a nosotros, ciertamente.
Al morir Jaime, su madre se fue convirtiendo en la prolongación de Jaime entre nosotros. Contradiciendo el sentido natural de la vida, que hace a los hijos proyectar el recuerdo de sus padres, la Señora Carmen pasó a representar la presencia de Jaime más allá de toda imaginación. No sólo nos ayudó a crear la Fundación que, en su nombre, mantiene vigente su legado, sino que nos dio el ánimo y sostuvo el carisma que encarnaba Jaime. No despedimos entonces sólo a la madre de uno de nuestros amigos, sino que a quién lo representó espiritualmente con dedicación permanente, a quién nos acompañó siempre.
Quizás ella también vio en nosotros algo de Jaime. Algo así como hijos intrusos que se introducían en su vida y la seguían involucrando en mil actividades como si lo hiciera él, quitándoles tiempo a Rosario y María Isabel, sus hijas muy queridas así como a sus nietos. Hubo hasta "mediaciones" que llevó adelante con prudencia y buen juicio en forma tan exitosa como callada. Y le dolía el alma cuando veía que algunos de los nuestros era criticado sin razón o con bajeza.
Con perseverancia, mantuvo con nosotros una relación que se hizo profunda con los años.
Sin embargo, esta mujer tan excepcional por tantos motivos, le dio a Chile entero una lección insuperable. En verdad, como lo saben especialmente sus familiares, la Señora Carmen tenía enormes virtudes por las cuales será recordada. Entre ellas, su fuerza de carácter, su aguda inteligencia, su sensibilidad y refinada cultura, su amor por la música, su amabilidad y simpatía, su gracia para conversar, su capacidad de trabajo, en fin, tantos rasgos que la distinguían y que la harán inolvidable para quienes la conocimos.
Pero su actitud frente al asesinato de su hijo Jaime la hace merecedora no sólo de nuestro reconocimiento y recuerdo, sino que el de todo el país.
No debe existir un dolor más grande que el de la muerte de un hijo, dolor que se hace más intenso y difícil de sobrellevar cuando éste se produce en la forma que golpeó a Jaime. Del dolor a la tristeza y de la tristeza al rencor, suele haber una cuestión de tiempo. Es algo humano que tales sentimientos se produzcan, casi inevitablemente.
No fue el caso de la señora Carmen. Sin que la pena y el sufrimiento la abandonaran nunca, su actitud ante esa tragedia fue un testimonio de integridad y entereza moral verdaderamente ejemplares. Primero, porque entendió que Jaime no podía dejar de ser coherente y consecuente con su pensamiento. Vio con intuición de madre que pronunciar ese discurso le podía costar la vida. Pero entendió que la vida tiene sentido vivirla con dignidad sólo si se actúa de acuerdo a los principios que le dan significado a nuestros actos. Comprendió todo y resignada admiró el valor de Jaime.
Quiso que se hiciera justicia a los asesinos de su hijo. Lamentó constatar que no todos los perseguidos por la ley son buscados con igual celo, pero no le importó que no hubiese en prisión ninguno de los terroristas implicados, más allá de expresar su perplejidad. No hubo jamás en ella espíritu de venganza, sólo quería -en sus palabras- "morir tranquila y en paz conmigo misma, y vivir de la misma manera".
Sin embargo, su fuerza interior fue más allá: perdonó públicamente a quienes asesinaron a Jaime, sin resentimientos ni amargura, sin esperar nada a cambio, sin que nadie se lo pidiera. Su cultivada vida interior la hizo superar las reacciones que se producen natural y espontáneamente. Su inteligencia y generosidad la hizo entender la trascendencia de la muerte, que es inicio de vida eterna. Su profundidad le permitió darle el justo reconocimiento al servicio público y resaltar las virtudes morales de la entrega a la actividad política.
Por ese testimonio será recordada y admirada por nosotros y por quienes conozcan en este testimonio su temple y carácter ejemplar. Por ello, en nombre de los amigos y seguidores de Jaime, de quienes continuamos su obra política más querida, la UDI, y de quienes trabajamos en la proyección de su obra en la Fundación que lleva su nombre, entrego nuestro postrer saludo a la señora Carmen, lleno de admiración, cariño y gratitud.
Compartimos esta mañana el dolor que produce la ausencia de Carmen Errázuriz. Con sus hijas Rosario y María Isabel, profundamente hermanados, lloramos a una madre inolvidable. Pero nos reconforta saber que, finalmente, la señora Carmen se ha unido con Jaime en el reino de Dios, desde donde nos miran con alegría, esa alegría que sienten los hijos que se reencuentran en el Padre. Ahí donde unos antes y otros después, nos reuniremos hasta el final de los tiempos.
Hernán Larraín F.
4 de diciembre de 2007
Nos adherimos al dolor que embarga a la familia guzmán Errázuriz por el sensible fallecimiento de la señora Carmen. La conocí cuando eramos niños y ella nos acogía cuando visitamos a su hija Isabel. El más sentido pésame a Isabel.
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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