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Visión de un futuro deseable para Chile
Juan Emilio Cheyre E.
El tratamiento de algunos temas nacionales e internacionales por los medios, y por los actores políticos, pareciera evidenciar una crisis cuyo trasfondo es la falta de un consenso en la manera de construir un futuro para Chile. Por tanto da cuenta de un problema de la política, los políticos y lo político.
En la etapa que el país vive hoy ha existido incapacidad de construir un proyecto. Existió para la etapa que finalizó: la transición a la democracia, la conformación de una institucionalidad y la consolidación de una política económica que pusiera al país en una posición de integración al mundo globalizado. Ese camino ya está recorrido. El desafío es transitar la ruta que nos lleve a ser un país desarrollado. ¡Y ahí esta el problema! No se distingue una nueva forma para lograr ese objetivo. Eso explica muchas cosas, entre ellas: la indiferencia de más del 50 % de los chilenos por los partidos políticos, la incapacidad de la Alianza y la Concertación para lograr remontar en las cifras de apoyo a su quehacer, la baja percepción del actuar del Gobierno y la desconfianza acerca del futuro como país.
En el caso de Chile, la viabilidad de alcanzar el desarrollo se encuentra ligada a sus vínculos externos y al imperativo de crecer manteniendo nuestras ventajas. Ellas en lo básico son una economía estable, democracia e instituciones serias, certeza jurídica, orden y cohesión social, eficiencia y competitividad internacional. Esas características son las que hacen soñar con modelos exitosos como Irlanda, Australia, Nueva Zelandia, Suecia o Finlandia y marcan la diferencia con países de la región, que con más recursos y potencialidad que nosotros han sido incapaces de avanzar sostenidamente hacia el desarrollo. Una primera conclusión: para mantener y aprovechar esas condiciones resulta imperativo un acuerdo amplio que cautele y profundice estos pilares, pero del que estamos lejos.
Algunas señales son: la falta de una matriz energética que permita crecer sostenidamente a un 5%, lo que recién llevaría a alcanzar el desarrollo al 2033; conflictos laborales como el de Codelco; eventos puntuales como la recriminación pública de la Presidenta de la República a sus ministros por "locuaces", que pareciera indicar una carencia de dirección que sustente un discurso coherente entre ellos, y últimamente, la discusión acerca del sueldo mínimo y el sueldo ético con las connotaciones respecto de las formas viables de generar trabajo digno.
Se agrega una endémica situación vecinal donde, por razones siempre diferentes, aquellos que deberían ser nuestros socios persisten en mantenerse anclados en el siglo XIX y no vislumbran las oportunidades de este siglo XXI.
El país se sitúa en otra etapa que aquella iniciada en marzo de 1990, agotada con los logros ya obtenidos. Hay demandas diferentes para alcanzar. Surge como necesidad que actores políticos y organizaciones definan una política para los nuevos tiempos. El objetivo no debería ser otro que alcanzar a la brevedad los niveles de un país desarrollado, donde cada ser humano visualice factibilidad en el logro de sus aspiraciones.
La falta de consensos para definir objetivos y los mecanismos aptos para conseguirlos importa un serio riesgo. Séneca lo resume magistralmente "no hay viento favorable para aquel que no sabe hacia donde va".
Se trata de identificar una meta hacia la cual dirigirse. En el fondo, un sueño cuya materialización es anhelada por la sociedad correspondiendo a la clase política racionalizarlo y difundirlo. Se logra construyendo un diagnóstico común en los asuntos vitales; identificando aquello que deseamos obtener para bien de todos y logrando consenso de una estrategia para hacerlo en plazo razonable y acotado. Lo reseñado lleva a otra conclusión: en Chile es una tarea pendiente.
Surge la necesidad de proponer una estrategia de futuro. Es prioritario resolver los problemas que impiden ofrecer igualdad de oportunidades de educación, salud, vivienda; aprovechar nuestra posición internacional; mejorar la distribución de la riqueza; concretar una eficiente inversión en investigación, y optimizar la relación entre los sectores público y privado. Sin embargo el debate está reducido a rostros -respetables y calificados-, pero tras ellos no se distinguen fórmulas nuevas para solucionar problemas viejos.
Este desafío presenta la exigencia de superar el sentido de exclusividad en la legitimidad del acceso al poder; la visión dialéctica amigo/enemigo y la descalificación excluyente entre quienes ejercen el poder y aquellos que aspiran a ganarlo.
No sólo a los políticos les falta tolerancia y sentido de comunidad, nuestra sociedad tiene muchas carencias en este sentido, pero es el momento de aprovechar lo logrado. Ese proyecto nacional debería ser presentado por aquellos que aspiran a obtener el poder. De esa manera se abandonaría una elección por nombres, muy cargada de efectos mediáticos, para transitar a una opción por proyectos que deberían dar certeza de poder ser alcanzados por quienes los proponen.
Si las facciones encargadas de optar por el poder asumen con visión de futuro la definición de un proyecto orientado a las demandas del hoy, el país podría decir que ha transitado desde la lógica del ayer hacia una visión del futuro deseado. Sólo así la sociedad podría tener mayores certezas que el sueño del desarrollo pleno pueda ser realidad.
Chile necesita la construcción de proyectos que se orienten al logro del futuro deseado por un país que tiene todo para pasar a la lista de los estados desarrollados. Es una etapa y una manera de hacer política distinta a la que hemos conocido.
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