Camilo José Cela Conde
Me ha llenado de satisfacción la noticia de que el Gobierno chino, en un alarde de racionalidad y coherencia administrativa, ha creado una oficina para el permiso y registro de reencarnados. Al fin se termina con el desorden en el mundo de los espíritus errantes que, en busca de nuevo cuerpo, introducen tan a menudo el caos y el de-
sánimo en la ciudadanía. A partir de ahora no se podrá reencarnar uno así, a tontas y a locas, sino que será preceptivo -en China al menos- el contar con licencia, número de orden, oficio de carencia de antecedentes penales y certificado de buena conducta. Papeles en mano, el espíritu en cuestión podrá optar por un cuerpo en condiciones aunque, según he entendido, habrá una inspección más tarde, acabados los trámites iniciales, para dar fe de que el proceso ha transcurrido siguiendo al pie de la letra las condiciones establecidas en el reglamento.
Parece que, por ahora, una disposición tan sabia sólo se aplicará en el caso del Dalai Lama y su compadre el Panchen Lama, figuras de gran incidencia espiritual y, por ende, necesitadas de los mayores controles. El riesgo es grande: se relaja usted un poco, baja la guardia burocrática y enseguida se encuentra con que en el futuro prócer se le ha reencarnado algún personaje de la farándula, qué sé yo, un colate de los que salen en las revistas sin ir más lejos. No hay fe, ni budista siquiera, que pueda con un atentado así contra la moral y las buenas costumbres. De hecho, cuesta trabajo entender cómo hemos podido permanecer durante tantos siglos sin una oficina cuya necesidad es tan perentoria. Imagínense la cantidad de reencarnados espúreos, de espíritus arribistas y trepas que, al amparo de la falta de normas, habrán campado por sus anchas sembrando la anarquía, el desamparo y la confusión. Tengo para mí que la crisis de valores por la que estamos pasando ahora se debe, en buena parte, a que el necesario control y seguimiento de los reencarnados brillaba por su más etérea ausencia. En tales condiciones, ni un imperio como el chino puede aspirar a perpetuarse.
Pero con eso no basta. Es de sentido común que, una vez inaugurada la feliz era del registro de espíritus, la norma ha de democratizarse para que sus muchos beneficios alcancen al pueblo llano. ¿Por qué razón habría de salir perjudicada no ya la reencarnación del padre de la fe sino cualquier otra referida a sus muchos acólitos? Está siendo urgente la reencarnación de, qué sé yo, guías no menos espirituales como el Fari y la Piquer, de la mano de su baúl en este último caso. A mí al menos me resulta muy necesario el poder oír de nuevo eso del "ya hemos pasao", referido esta vez no al acoso y triunfo sobre las tropas republicanas que defendieron Madrid durante la última guerra sino a claves más postmodernas como las del combate contra la asignatura de educación para la ciudadanía.
En realidad de eso va: de ciudadanía responsable que pasa, no lo duden ustedes, por el orden de antes y de después de la muerte. Los tránsitos, en especial los de los espíritus, son los más necesitados de una Operación Salida capaz de encauzar el tráfico. Es de esperar por tanto que en las Cortes tomen buena nota y procedan a llenar cuanto antes una laguna administrativa tan lamentable que está llevando a este reino a la crispación, al desasosiego y a toda una retahila de recursos contra las reformas autonómicas vacías de tal detalle. | |
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