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Hoy en día, a una persona le basta con disponer de un ordenador y de una conexión a Internet, para poder dar a conocer al mundo entero sus opiniones desde su salón o desde un cibercafé. Sólo le hace falta crear un sitio, participar en un foro de debate, difundir correos electrónicos. Si se da el caso, esa persona puede denunciar, sin ser controlada, los atentados contra la libertad de prensa o la represión que existen en su país, por muy autoritario y cerrado que sea. Un exiliado político libio, vietnamita o gabonés puede ahora publicar informaciones, esquivando todos los sistemas de vigilancia tradicionales, para aquellos compatriotas suyos que se quedaron en su país. Desde Chile a Argelia, un periódico censurado puede publicar sus artículos en servidores americanos, escandinavos o franceses en unos minutos.
Internet ha roto el marco tradicional de las relaciones de oposición entre los Estados y los que producen la información. Dado que ahora todo el mundo puede ser intermediario entre una información y su difusión al gran público, ¿ cuál es hoy la especificidad del periodista ? ¿ Un e-mail enviado en mil ejemplares ha de considerarse como un correo privado o como un medio de comunicación ? ¿ Qué leyes han de aplicarse a las publicaciones virtuales que son planetarias y transfronterizas por esencia ? Abrumados por estas cuestiones complejas, los Estados se ponen a la defensiva. Todos quieren tener Internet, pero sueñan con una red bajo control.
Frente a este dilema, se despliega un arsenal de medidas represivas. Los regímenes más autoritarios legislan, vigilan, censuran con una energía redoblada por la sensación de que se ha iniciado una carrera contra la ciberdisidencia. Corea del Norte ha zanjado : ni servidor, ni posibilidad de conexión. El país de Kim Jong-Il es el único país del mundo donde no existe Internet, aunque eso no impide que Pyongyang disponga de varios sitios de propaganda… alojados en Japón. Arabia Saudí, rica y poco poblada, ha preferido construir, en Djeddah, un gigantesco sistema de filtración de direcciones y contenidos. En el lado opuesto a este “Intranet nacional”, China, que al parecer ya tiene 20 millones de internautas, está formando brigadas de policías para “ la guerra contra los artículos antigubernamentales y anticomunistas publicados en la red ” y también se está dotando de un dispositivo legislativo sumamente represivo : allí la cibercriminalidad puede ser castigada con la pena de muerte.
En las democracias occidentales, el temor a un Internet incontrolable, administrado en parte por las entidades supranacionales, se traduce en repetidos intentos de instauración de un marco legislativo. Francia, que se encuentra bajo la influencia de los “soberanistas” - adversarios resueltos a no abandonar ninguna prerrogativa estatal -, ha sido pionera en este ámbito, ya que ha querido reglamentar el uso de la red cuando apenas estaba en su etapa embrionaria. Desde entonces, se han sucedido varios proyectos de ley que han chocado con el principio constitucional que garantiza la libertad de expresión. En Alemania, algunos magistrados han manifestado una voluntad análoga de control y de censura de la red, en especial para prohibir el acceso a ciertos sitios neonazis alojados en Estados Unidos, pero han tenido que capitular en dos ocasiones. En Estados Unidos, donde la circulación de información por Internet se encuentra muy protegida por la primera enmienda de la Constitución, la derecha conservadora esgrime la amenaza de la “ contaminación pornográfica ” para hacer votar leyes restrictivas. En estos tres países, las restricciones legales relativas a la difusión de informaciones por Internet tienen, aún hoy, carácter excepcional. Pero ante la falta de normas jurídicas claras, existe un auténtico peligro de que las iniciativas individuales de magistrados partidarios de un control, instauren una jurisprudencia liberticida.
¿ Es necesario restringir la libertad de expresión en Internet ? Reporteros sin Fronteras y Transfert.net piensan que no. Si todas las burocracias y todos los grupos de presión del planeta consiguieran imponer sus propios valores y sus propios tabúes al conjunto de la red, Internet dejaría de existir como lugar de libre expresión. Aprobar las decisiones de los jueces franceses o alemanes, implica dar la razón implícitamente a las autoridades chinas o tunecinas : ninguna autoridad local debe otorgarse el derecho a definir las fronteras de lo que es política o moralmente aceptable. ¿ Cuál de estos países, Francia, Estados Unidos o Birmania, dará el significado de la palabra “difamar” ? ¿ Hay que dejar que Arabia Saudí imponga su definición de la pornografía ? Ahora que Francia ha reconocido el genocidio armenio, ¿ habrá que perseguir los sitios turcos que niegan su existencia ? Todo lo que es condenable moralmente no debiera serlo penalmente. Los abandonos de soberanía son buenos : dicha renuncia ha de aplicarse a la libertad de expresión. Para combatir a los propagandistas de ideas u opiniones racistas o xenófobas, Reporteros sin Fronteras y Transfert.net consideran que no sirve de nada erigir un arsenal legislativo cada vez más draconiano. La libertad de expresión es evidentemente peligrosa, pero los obstáculos a dicha libertad son más peligrosos aún.
Reporteros sin Fronteras piensa que Internet constituye un instrumento ideal para sortear la censura que la organización combate desde hace quince años, en el mundo entero. Cuando “se suelta” un texto en la Red, luego es casi imposible poder capturarlo : gracias a la solidaridad en la red, al militantismo libertario de ciertos internautas, el texto será recuperado, protegido, y potenciado a través de sitios espejos repartidos en todos los continentes. Un mensaje lanzado a un foro de debate da la vuelta al mundo en menos de cuarenta y ocho horas, y es automáticamente reproducido en cien mil ejemplares. Si los autores tienen las aptitudes técnicas requeridas, pueden además mantener su anonimato. Reproduciendo sistemáticamente los artículos censurados, alojando periódicos prohibidos, el sitio de Reporteros sin Fronteras participa en el combate para la libertad de expresión. Desde el momento en que Francia se siente honrada por alojar sitios extranjeros prohibidos en su país de origen, tiene que aceptar de buen grado que los países extranjeros le hagan lo mismo cuando ella se lo merece.
Hoy por hoy, ningún Estado consigue realmente controlar Internet.
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