La derecha y el modelo alemán
por Daniel Mansuym, Profesor de filosofía política
TODO INDICA que hoy la derecha carece de las herramientas conceptuales para enfrentar cualquier batalla con la izquierda. Pablo Longueira solía decir que el gran riesgo de un gobierno de derecha consistía en transformarse en una breve interrupción del ciclo concertacionista. Y aunque es cierto que el virtual triunfo de la oposición le debe mucho al carisma metapolítico de Michelle Bachelet, es innegable que la derecha tiene un largo camino por recorrer si quiere convertirse en una alternativa de gobierno que vaya más allá del desgaste natural del adversario.
En rigor, la derecha no posee diagnóstico ni programa que ofrecer. En septiembre nos enteramos de que ni siquiera tiene claro qué hacer con su propio pasado. Esto explica que la candidata tenga que enredarse en polémicas de bajo calibre para lograr captar una atención mediática que prácticamente ninguna de sus propuestas ha logrado. Por cierto, la situación actual no es responsabilidad exclusiva de Evelyn Matthei, pero su discurso -o la falta de él- revela la crisis que atraviesa el sector.
¿Qué piensa la derecha? ¿Qué ideas quiere defender? ¿Cuáles son los ejes en torno a los cuales quiere mover la discusión? ¿Cuáles son las grandes propuestas de Matthei? ¿Cómo responde a las reivindicaciones de izquierda? La derecha no sólo ha dejado que el adversario le raye la cancha, sino también que le arbitre el partido. Entonces, no es de extrañar la situación actual: varios candidatos de izquierda desorientan a la candidata de derecha, que no encuentra el lugar desde donde hablar.
Para enfrentar esta dificultad, el sector suele dividirse en dos bandos: los pragmáticos y los principistas. Los primeros, confundidos ante un escenario que no terminan de asimilar, proponen entregar oreja y rabo: una derecha moderna, sugieren, es una derecha pegadita a la izquierda. Los principistas afirman que la derecha debe defender ante todo el principio de libertad económica: la desigualdad, señalan, no es un problema. Ambas posiciones conducen al despeñadero, porque son puramente reactivas. Asumir de modo acrítico las banderas progresistas carece de sentido; esa carrera estará siempre perdida. Asimismo, defender de modo estático ciertos dogmas económicos, sin hacerse cargo de las tensiones que produce el progreso, es no comprender la base política de cualquier régimen económico.
Urge una reflexión que, desde la mejor tradición de la derecha chilena, vuelva a plantear las preguntas fundamentales adecuadas al nuevo contexto. Al lanzar al ruedo el modelo alemán, Evelyn Matthei intuye la necesidad de replantear la discusión, porque el ejemplo germano obliga a formular preguntas exigentes. Imitar a la derecha alemana implica revisar la interpretación clásica del principio de subsidiariedad, supone tomarse en serio el desafío de las pymes (que son el sustrato del éxito alemán), y aceptar que sindicatos fuertes son condición de estabilidad. Esa imitación exige una cuota de coraje moral para reivindicar el valor del trabajo, de la ética y de la responsabilidad individual, incluso cuando los vientos progresistas parecen arrastrarlo todo. Si la derecha se decide a buscar una auténtica proyección política, deberá asumir estos desafíos.
Saludos
Rodrigo González Fernández
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