Carlos Larrain Peña
Circulan señales confusas que hacen muy difícil la labor para cualquiera que quiera intervenir con buena voluntad de manera inteligente y útil en política.
Todo empeño humano necesita de datos ciertos para poder procurar un resultado. Desde el alpinista que afirma un pie para d ar el próximo paso, hasta el bioquímico que desarrolla mil experimentos para poder concluir algo.
Se ha instalado en el ambiente, con el activo apoyo de los políticos en ejercicio y de los aspirantes, la noción de que se inaugura una nueva era marcada por la innovación generalizada pero también por la inestabilidad.
Esbozo algunos factores que influirán en el futuro próximo:
i) Inscripción automática y voto voluntario que aumentará en cuatro millones los votantes, más el voto de chilenos en el exterior.
ii) Presión desmedida para aumentar el gasto público, a pesar del caso europeo.
iii) Fuga de estudiantes hacia la educación particular acoplada a una erosión de sus promotores en cuanto pedagogos y también en sentido financiero (¿cómo amplían sus instalaciones sin contraer deuda?).
iv) Proporcionalidad electoral (más el rediseño distrital analizado sotto voce con la oposición) que permitirá surgir a muchos grupos que hoy, bajo el esquema vigente, están forzados a integrarse en coaliciones mayores y a morigerarse. Anarquistas, trotskistas, ME-O, el movimiento evangélico y la inefable nueva derecha dejarán a los partidos conocidos en condición disminuida y a las regiones desmedradas en su influencia. Como telón de fondo: un deterioro cultural galopante y agresivo.
El resultado de las tendencias esbozadas será, en términos amplios, un deterioro gradual, a la griega, del cuadro político que divergirá aún más de la condición en general sana del país real. Reitero que en medio de las circunstancias actuales la Alianza puede con muy buenas razones defender el sistema electoral vigente y producir un resultado favorable para nuestros partidos y luego, en otra etapa, abordar las reformas de fondo. El Gobierno debiera mostrar vigor y claridad para estabilizar el cuadro.
Sin embargo, a golpes y desilusiones sucesivos, me he dejado convencer de una doble premisa: algunos de los partidos representados están cortados de su base social y el Gobierno lo está respecto de los partidos. Para aliviar lo anterior más vale abrir completamente el abanico (con resguardos elementales), permitir así la operación de 15 a 20 partidos con representación, lo que trasladaría de una buena vez la faena política a la configuración permanente de acuerdos y coaliciones más amplias (no centradas en votos individuales) que designen un Premier y a su ministerio. Este actuaría como cortafuego para el papel reservado al Presidente de ser el Jefe de Estado, menos susceptible de causar estropicios. En ese rol, el (o la) Presidente podría asegurar dignamente la inercia que se generará. Sostengo que la inercia puede ser útil cuando hay todavía muchos factores virtuosos en operación y entre ellos: un esquema de garantías constitucionales que deberá reconfirmarse; economía de mercado; libertad de enseñanza y, en particular, mantención de las universidades privadas (CRUCh o no CRUCh) que aseguran diversidad cultural en Santiago y en regiones y a las cuales no se logró estatizar a pesar del empeño todavía en curso.
Corresponde que cada corriente de ideas asuma sus propias responsabilidades sin ambigüedades. Luego de la crisis de los 70, costó refundar un sistema republicano con partidos políticos ordenados, pero en esa época no se ponderaron los riesgos crecientes de un Ejecutivo dotado de amplios poderes y presupuestos cuantiosos.
La búsqueda de un nuevo equilibrio entre Ejecutivo y Parlamento probablemente atenúe la desilusión de ciertas minorías hoy frustradas y puede constreñir a los representantes parlamentarios a responsabilizarse de la ardua tarea de gobernar, como lo consiguió el sistema binominal base del éxito de los gobiernos pasados. Si desea guiar el proceso, el Gobierno deberá, como cosa previa, reconectar con su base propia y desde ahí definir un horizonte político. Más vale una meta conocida y previsible, por ardua que sea, que una seguidilla de malas sorpresas semanales que acusan un deterioro procurado del sistema imperante
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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