Caso Karadima: Suma y sigue
Publicado en La Tercera, 22 de marzo
Es distinto cuando a los relatos generales se les ponen cara, nombre y apellido. Es distinto cuando las verdades oficiales pasan a encarnarse en el testimonio y la mirada de quien habla, y se expone al escrutinio implacable de la cámara. Si los planteamientos formulados el domingo pasado por James Hamilton fueron demoledores es porque no es frecuente encontrar en la televisión testimonios así de jugados y así de crudos y fulminantes.
Hamilton es un profesional que pasó por una experiencia traumática y horrorosa. Si desde mucho antes sabíamos que la mezcla de autoritarismo, admiración, cariño y fe podía ser muy tóxica, lo que salió en el caso suyo tuvo ribetes monstruosos: fueron años y años de una vida de mentiras, de profundas deserciones personales y desdichas, de sometimiento culposo y degradante a los dictados de un lobo disfrazado con piel de oveja. En principio, no es fácil explicar cómo este vasallaje -unido a las extorsiones a que dio lugar- pudo haberse extendido durante tanto tiempo. Quien haya visto el programa el domingo necesariamente tiene que haber quedado en mejores condiciones para comenzar a entender el cómo y el porqué las cosas evolucionaron de este modo.
Aunque en relación a lo que entendíamos por el caso Karadima hasta la semana pasada el testimonio del médico no comporta en rigor mayores novedades desde el punto de vista procesal, lo cierto es que el domingo el caso escaló considerablemente en términos de repercusión y gravedad. Ya no es sólo Karadima el que está en el ojo del huracán. También quedaron muy comprometidos sus colaboradores más inmediatos, sus benefactores y el cardenal Errázuriz. Asimismo, tendrán que dar explicaciones los obispos formados al alero de la parroquia de El Bosque. Donde la opinión pública había visto hasta ahora básicamente indolencia, falta de rigor y vista gorda, Hamilton entregó diversos elementos de juicio para probar que, en realidad, lo que hubo allí fue mala fe, complicidad y escarnio.
Si alguien pensó que con la condena vaticana el caso Karadima se había cerrado definitivamente desde la perspectiva eclesiástica, los nuevos antecedentes no hacen otra cosa que reabrir la polémica y el conflicto. La tormenta continúa. Por supuesto que la Iglesia es libre de darse o no por aludida al ser llevada de vuelta al escrutinio público e, incluso, a los estrados de la justicia. Pero alguna investigación adicional va a tener que realizar. La prudencia diría que la Iglesia no está en condiciones de seguir perdiendo credibilidad pública, y algo tendrá que hacer luego de que James Hamilton dejara instalada en la opinión pública una nube de sospecha sobre tres o cuatro de las mitras con mayor proyección del país.
Esto, eventualmente, podría ser muy injusto. El problema es que es inevitable. Los casos de abuso que han complicado a la Iglesia en todo el mundo están recubiertos no sólo por un manto de oscuridades, sino también -y quizás esto es lo peor- por una sustancia viscosa, adhesiva y envolvente, que termina comprometiendo por igual al que protegió a Karadima de buena fe y por pura ingenuidad y al que lo hizo con el propósito resuelto de favorecerlo y encubrirlo.
Nociones elementales de justicia obligarían a discernir un caso de otro. La cuestión ahora es saber quién traza la línea en tiempos donde nadie le cree a nadie. El país ya no quiere que le digan quién es culpable y quién inocente. Espera formarse su propio juicio sobre el caso, conociendo, eso sí, todos los antecedentes. Todos, lo que contraría las prácticas de la Iglesia. De otro modo, siempre quedará la duda.
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
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